En los últimos años, el microcrédito ha adquirido posicionamiento en los círculos económicos a nivel global.

Hoy es parte de la agenda macroeconómica de muchos países como instrumento para combatir la pobreza, donde la constante es la carencia de oportunidades y la abundancia de limitaciones.

El negocio informal de préstamo de dinero está manejado por los usureros y agiotistas, que se constituyen en banco móvil para financiar el capital de trabajo de cientos de personas que viven al día.

La transacción es rápida. Se establece el monto, se firma y se recibe el dinero, que es reintegrado con intereses al prestamista.

Hasta allí todo pareciera normal. Sin embargo, esa sencilla transacción adquiere unas dimensiones delictivas desproporcionadas, al cobrar hasta el 20% de interés por día sobre la suma prestada.

En estos casos, es cuando el microcrédito regulado y formal, adquiere una relevancia incuestionable, al transformar la explotación financiera, en la oportunidad de incorporar al sistema formal a miles de personas que son explotada por los prestamistas ‘gota a gota’.

Así, el microcrédito se constituye en un elemento dinamizador de la economía,

convirtiendo negocios de supervivencia en un negocios de acumulación, al cambiar una financiación con un 20% de interés diario al 2,5% mensual.

Además, tiene un doble efecto: el impacto transformador en la vida del receptor del crédito y la oportunidad de las entidades financieras, de contribuir, sin perder su rentabilidad, en la mejora del nivel de vida

de millones de emprendedores.

Por ejemplo, las Corporaciones de la Mujer de Medellín y Bogotá, las cuales desembolsan en promedio un microcrédito cada minuto laborable y tan solo el 1,5% de sus 165.000 clientes, presentan atraso en el pago.

He aquí u na gran oportunidad de contribuir con el desarrollo de las comunidades, dando oportunidades, creyendo en la gente y fortaleciendo el crecimiento.

Por Marìa Mercedes Gòmez*
*Presidenta de la Corporación Mundial de la Mujer Colombia.