Me duele el mal momento de Guillermo, hombre excepcional como periodista, humorista y ser humano íntegro.
Desde cuando se inventaron que los periodistas también venden publicidad, las cosas se complicaron para todos.
Se comenzó a caminar por el abismo, mirando a un lado la verdad y la ética, y por el otro el contrato de publicidad.
En provincia, los reporteros adulando al gobernante de turno o recibiendo migajas del político (hoy casi es regla general en todo el país) cargan la grabadora en una mano y el contrato en la otra. Cuando no el sombrero para recibir monedas.
En Bogotá, los más grandes periodistas de radio (Yamid Amat, Julio Sánchez Cristo y creo que también Juan Gossaín) negociaron con sus empresas una participación económica por resultados publicitarios.
Es posible que todos hayan logrado mantenerse imparciales. Y que nunca cometieran atropellos contra la verdad, por cuenta de la pauta, pero no creo que les resulte fácil.
En ese cuento del periodista-humorista-vendedor se metió Díaz Salamanca y terminó asesorando a DMG, hoy el diablo pero ayer –apenas un mes atrás- una empresa pujante, relacionada con altos círculos sociales, políticos y comerciales.
Tuvo valor, carácter y perrenque, para dar la cara. Y también para renunciar.
A Guillermo mis mejores deseos por mejores momentos profesionales y de vida.
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