Nacional Opinión

REDES PELIGROSAS


Por: Julio Fernando Rivera Vallejo

Para doña Leonor, octogenaria aficionada a los culebrones de la televisión venezolana, por los años ochentas, las redes más peligrosas son las tejidas por las malas de las ´´ telebobelas ´´ del vecino país, que con tal de quedarse con el galán de turno, son capaces de lo peor, en contra de la candorosa y, por entonces hermosa Lupita Ferrer.

Su hijo Rosendo, cincuentón electricista egresado del Sena, en cambio, piensa que las de mayor cuidado son las redes de alta tensión, que ha tenido que sortear durante años encomendándose al Ángel de la Guarda su dulce compañía, que no lo desampara ni de noche ni de día, a pesar de no contar con las mínimas garantías de Seguridad Industrial, en la empresa de energía en que labora.

Liliana, opina que el riesgo que vive su progenitor manipulando cables cargados de corriente, no es nada comparado con los peligros que en la actualidad representan las redes sociales, que si bien, permiten comunicarse con amistades distantes y conocer infinidad de personas, conllevan la posibilidad de involucrarse con indeseables desconocidos que con gran ingenio y sutileza utilizan artimañas de diversa índole para convencer a incautos e incautas como su hija quinceañera quien tentada por el estrellato que ofrece una supuesta agencia de modelos, abandona el hogar y abre sus débiles alas para volar ilusionada hacia el previsible mundo de vejámenes sin nombre, que su inexperiencia no alcanza a imaginar.

Un ´´ click ´´ aceptando una amistad, es el pasaporte virtual a la prostitución; ahora la desconsolada madre lo sabe y lo siente, y quisiera devolver el reloj y echar marcha atrás para estar nuevamente con su niña, para mimarla, consentirla y orientarla, evitando que el frío de la soledad y el abandono de la indiferencia sean el caldo de cultivo propicio para buscar en la pantalla de un computador el aparente calor, el falso afecto, la inexistente amistad y las mentirosas oportunidades que rasgan su pubertad y destruyen sus sueños.

¿Quién dijo que son buenos padres quienes para corregir a sus hijos los encierran en una habitación sin más nexo con el universo que una línea de internet a través de la cual conocen, sin beneficio de inventario, lo bueno, lo malo y lo peor de una sociedad manipulada por tanto inescrupuloso, que sin otra meta distinta a la satisfacción de sus intereses, no repara en nada para lograr sus propósitos? Y, ¿quién sostiene que son mejores progenitores aquellos que premian a sus vástagos con el mismo recurso tecnológico, aunque más moderno y sofisticado?

Si la mitad del tiempo destinado a lamentar la partida o la pérdida de los hijos, se dedica a acompañarlos como los animales despectivamente llamados inferiores hacen con sus cachorros hasta que de verdad pueden valerse por sí solos, las tentadoras manzanas del nuevo Ciber Paraíso, no capturan entre sus redes la ilusión y más que esta, la utopía de una generación para la cual su realidad va más allá de la ficción.

Cada época trae su clase de araña y con sus propias redes; pero todas, con el idéntico propósito de atrapar a sus víctimas, de inmovilizarlas y de sacarles el mayor provecho, hasta el punto de aniquilarlas.

Para que el avasallador auge de la tecnología deje solamente el progreso y el bienestar resultantes del tejido social construido por el hombre y no preserve la tradición destructora de la tela de araña, se necesita solamente un mundo más humano, en el que las redes estén al servicio de las personas y no estas esclavizadas por aquellas, ante el olvido de la naturaleza de la especie.