Opinión

2013, año de la generosidad

PalomadePaz
Por: Fernando Álvarez

La cabalística de principios de año no es ajena al trascendental momento que vive el país. Los propósitos de prosperidad para el nuevo año y los deseos de felicidad no pueden ser inferiores a los fervientes anhelos de vivir en armonía en un país donde desde hace medio siglo se desea la paz pero se aplica la guerra. Es el momento de que los deseos de paz que todos verbalizamos en tarjetas, correos, llamadas y demás saludos navideños encuentren eco en nuestras almas para que más allá de la interpretación que se tenga del modelo de desarrollo, del problema agrario, de la percepción del secuestro y la extorisión, de la forma de interpretar al terrorismo o de la forma de concebir los crímenes de estado, hagamos algo comprometido realmente por alcanzar la tan esquiva paz.
El imperativo para este año debe ser soñar con el empeño del Presidente Juan Manuel Santos y es de obligatorio cumplimiento evitar a toda costa convertirse en la piedra en el zapato de un propósito que representa un pedido general, un clamor nacional y un reclamo generacional. Esto traducido al buen romance significa la necesaria posición patriótica que debemos asumir todos los colombianos, aunque el término se lo quieran apropiar los extremos, para rodear al Presidente Santos y respaldar al gobierno en su principal acometida para el 2013, las negociaciones con la guerrilla para que se silencien las armas y se firme paz.
Los abrazos que se extienden hasta el dia de Reyes llevan implícita una fuerte aspiración de la mayoría de los colombianos para que un día cercano podamos cantar victoria y decir que derrotamos a los violentos, que acabamos con los conflictos armados y que llegó la hora de construir el progreso en condiciones de coexistencia pacífica, tolerancia y convivencia, en medio de las diferencias y del respeto por el otro. Que digamos orgullosos que apendimos a respetar la vida como un sagrado derecho y que reconocemos al contrario como un legítmo otro, con quien nos enfrentaremos en franca lid con las herramientas que nos otorgue la democracia.
Por esta razón, y porque los extremos se juntan, con excepción del expresidente Alvaro Uribe y del Alcalde de Bogotá, Gustavo petro, para los colombianos, con todas las reservas que se quieran, el presidente Juan Manuel Santos está haciendo lo correcto. Él se ha embarcado en una de las aventuras más riesgosas que existen desde hace 50 años y para la cual se requiere que todos y cada uno de los colombianos depongan mezquindades, protagonismos y cortoplacismos en la idea de empujar el carro de la historia hasta conseguir el bien más escaso que existe hoy por hoy en el territorio colombiano, el vivir en paz.
Incluso la centenaria oposición izquierdista que hoy reencarna en el Polo Democrático, con sus herencias chino- soviéticas, ni siquiera suena ni trina con tanta fuerza como los hacen los soberbios representantes de la extrema derecha y del populismo izquierdista que ven a Santos como el mísmisimo Chamberlain, o el claudicante burgués que se decidió a cambiar el rumbo de la historia y a desbaratar las profesias autocumplidas. O del otro lado, como aquel neoliberal que se propuso mejorar las condiciones de rentabilidad económica de las multinacionales y apostarle al mercado y se inventó la paz para conseguir su propia rentabilidad política.
Desde su principal característica coincidente, la falta de humildad, tanto el atrabiliario jefe derechista como el adusto exdirigente guerrillero ven al presidente Santos como el hombre que se convirtió en el palo en la rueda frente a la omnipotencia uribista y en la amenaza que se le atraviesa al gobernante de Bogotá en sus pretensiones de réplicar el modelo chavista en Colombia. El uno, desde sus perspectivas aparentemente en beneficio de la seguridad ciudadana y el otro de su cacareada defensa de los pobres, actúan guiados por sus egos, su mesianismo y su radicalismo, pero ninguno logra esconder sus proyectos antidemocráticos ni sus concepciones autoritarias. Y contra sus diatribas y sus personalismos Santos se ha metido a conseguir la paz y con la sensatéz de los colombianos y la voluntad de los demócratas, de seguro, la va a sacar adelante.
Pero esta caracterización no implica que desde un modestos resquicio no se le pueda implorar a los enemigos agazapados y a los contradictores explícitos de la paz que se llenen de generosidad, miren más allá de sus aguerridas convicciones, y den la posibilidad de que un insospechado dirigente se la jugó para que su país pase a los estadios de la civilidad, la convivencia y el progreso con una visión diferente a la suya. Y que si algo les queda de amor por Colombia, no supeditado al discurso vehemente y desafiante, si algo les mueve la conciencia para que más allá de sus lugares preconcebidos en la historia de Colombia piensen en el bien común con una perspectiva incluyente, donde quepan ricos y pobres, liberales y conservadores, derechistas e izquierdistas, militares y militantes, genios y figuras pero ojalá no hasta las sepulturas.
La generosidad que requiere esta perspectiva romántica de conseguir la paz contra los trinos extremistas implica ser tambien generosos con los propios detractores. Los demócratas no podemos cazar cruzadas antiuribistas ni antipetristas. No puede el arbol de los trinos taparnos el bosque de la paz. El tamaño de este sueño compartido con Santos, así él también tenga sus propios intereses, no nos puede llenar de odio contra los atravesados, no podemos caer en el pesimismo que inspiran sus recalcitrantes filosofías. Los demócratas del país conocemos los extremos y no ignoramos que aunque tenga fervientes deseos de paz, el presidente Santos no es el demócrata que soñamos. Es, por supuesto, mejor que Uribe y que Petro, pero le falta compromiso real con la equidad y no defiende precisamente los interes de los pobres, pero está embarcado en la principal tarea democrática del momento y los demócratas no podemos ser ciegos frente a esto.
Otra cosa es que por ahora debamos ser generosos y le deseemos suerte a su monumental tarea. Pero es hora de que los Verdes y los que piden la palabra, vayan pensando en que para el post conflicto se va a necesitar alguien de mayor vocación democrática, mejor sentido social, de más perspectiva sostenible y de mejor nivel de inclusión con los desprotegidos de siempre. La generosidad de los demócratas debe llevar a pensar en un candidato propio para el 2014, así sea que se termine en un gobierno de coalición con Santos. Esa sería una alternativa generosa para los que no quieren caer en aterrizaje forzoso en la Marcha Patriótica.