Opinión

El despiadado y salvaje neoliberalismo

mauricio-botero-caicedo Por Mauricio Botero Caicedo

Hay una manera muy sencilla de identificar a los ‘idiotas’ que en materia de desarrollo lo único que se limitan es a afirmar que el ‘despiadado y salvaje neoliberalismo’ es el culpable de todos los males que padece América Latina. En el caso concreto de Colombia estos ‘idiotas’ afirman que el modelo neoliberal impuesto hace más de veinte años como panacea salvadora ha significado “la prosperidad de los ricos y la ruina de los más pobres”.

La anterior afirmación tiene dos problemas de fondo: El primer problema es que es una burda mentira ya que desconoce un número importante de factores objetivos como es la multiplicación por un factor de cinco veces del PIB per cápita de los colombianos; que los miembros de la clase media han pasado de ser el 16 por ciento de la población a ser el 32 por ciento de la población; y más importante que todo es el hecho que tanto la pobreza como la indigencia han disminuido de forma importante.

El segundo problema radica en que las críticas al ‘modelo’ asumen que antes de la llamada apertura en 1991 Colombia era un emporio de prosperidad en donde reinaba la paz y la justicia. El afirmar que en los últimos 22 años Colombia no ha sufrido una profunda transformación en que muy buena parte de la población se ha beneficiado demuestra, o una ignorancia supina, o una profunda mala fe. De la izquierda cavernaria tampoco es que se pueda esperar mucho más.

Pero regresando a ‘neoliberalismo’ es pertinente repasar lo que el insigne escritor peruano Mario Vargas Llosa afirma:

“Me considero liberal y conozco a muchas personas que lo son y a otras muchísimas más que no lo son. Pero, a lo largo de una trayectoria que comienza a ser larga, no he conocido todavía a un solo neo-liberal.
¿Qué es, como es, qué defiende y qué combate un neo-liberal? A diferencia del marxismo, o de los fascismos, el liberalismo, en verdad no constituye una dogmática, una ideología cerrada y autosuficiente con respuestas prefabricadas para todos los problemas sociales, sino una doctrina que, a partir de una suma relativamente reducida de principios básicos estructurados en torno a la defensa de la libertad política y de la libertad económica —es decir, de la democracia y del mercado libre— admite en su seno gran variedad de tendencias y de matices. Lo que no ha admitido nunca hasta ahora, ni admitirá en el futuro es a esa caricatura fabricada por sus enemigos con el sobrenombre de “neo-liberal”.
Un “neo” es alguien que es algo sin serlo, alguien que está a la vez dentro y fuera de algo, un híbrido escurridizo, un comodín que se acomoda sin llegar a identificarse nunca con un valor, una idea, un régimen o una doctrina. Decir “neo-liberal” equivale a decir “semi” o “seudo” liberal, es decir, un puro contrasentido. O se está a favor o seudo a favor de la libertad, como no se puede estar “semi embarazada”, ” semi muerto”, o “semi vivo”.
La fórmula no ha sido inventada para expresar una realidad conceptual, sino para devaluar semánticamente, con el arma corrosiva de la irrisión, la doctrina que simboliza, mejor que ninguna otra, los extraordinarios avances que al aproximarse este fin de milenio, ha hecho la libertad en el largo transcurso de la civilización humana.”

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