Opinión

Crónica del olvido de una muerte anunciada….

Santiago Arroyo Por: Santiago Arroyo
Se jugará el partido aplazado, se le dará el solemne minuto de silencio al hincha caído en la calle por la ira del contrario; El país recordará en 30 segundos de silencio antes del inicio del juego, el doloroso episodio de odio e intolerancia; La bola rodará y todo será cuestión del pasado. El poder del fútbol de ser bálsamo que cura las heridas, se impondrá sobre el dolor, las lágrimas derramadas y los reclamos ciudadanos por acciones de control.
Me gusta el fútbol, pero prefiero defender la vida. Creo que un superclásico del fútbol no puede ser más que los actos violentos que han acabado injustamente con la existencia de varias personas. No es posible que se asocie el deporte a la muerte, menos en Colombia que ya pasó por ahí en 1989 cuando con el asesinato del árbitro Álvaro Ortega, se decide interrumpir el campeonato de ese año. Seguimos entonces sufriendo el problema de violencia con los hinchas del fútbol, adjudicándole un lugar en nuestra cotidianidad, suponiendo que es normal y que seguramente volverá a ocurrir.
De otra parte y con los últimos hechos, los medios han girado su mirada hacia otras ciudades del país, y han expuesto las confrontaciones de los seguidores de los equipos. Estos nuevos grupos de jóvenes fanáticos desean la muerte a sus propios vecinos, los mismos con los que convivían antes que en sus estadios, aparecieran equipos del rentado nacional.
No es vergonzoso que nuestros líderes tengan claro el origen del problema, reclamen en medios por el derecho a la vida, pero no promuevan las política públicas que deben atender este conflicto? No es imprudente, por no decir más, continuar con el espectáculo del fútbol, arrojando a los ciudadanos a una realidad sociológica en la que más personas pueden morir?. Finalmente, por qué todos los que condenamos los asesinatos de las semana pasadas, hoy nos rendimos y no dejamos una evidencia del rechazo?
No es fácil responder a este problema pero es importante quedarnos por lo menos con la reflexión. No es normal que esto pase y sigamos por el lado sin mayores compromisos con nuestro país, con nuestros conciudadanos.
El problema de fondo, lo decían claramente el presidente y el alcalde en estos mismos días. La desigualdad social que aqueja este país desde siempre, es la culpable de estas desgracias. Jóvenes colombianos no encuentran mayor identificación en un proyecto de país y no ven atendidas en lo más mínimo sus necesidades educativas y laborales. Los mismos que saltan en la tribuna y salen como energúmenos enemigos de otros colores diferentes a los suyos, son personas que perdieron la esperanza en su realidad social próxima y la buscan en la cultura de la barra, de sus canciones, himnos y comportamientos. Solo en la barra existen, subsisten y tal vez, trasciendan. A ellos y a muchos otros, se les negó la oportunidad de creer en el país y se les envió el mensaje que este tampoco esperaba mucho de ellos. Cortamos el contrato social que obliga a la corresponsabilidad de las partes. Frente a esa ausencia, la alternativa paralela es vivir en la ciudad sin normas, sin principios y sin agendas de respeto por el otro. Así pues, es fácil saltar al odio y al resentimiento que representa otra camiseta, otro tipo de ciudadano. La ciudad misma en consecuencia nos hace perder el principio de igualdad y las reacciones en consecuencia, serán más expresivas que las ideas.
Es hora de atender esas necesidades insatisfechas y evitar las muertes inútiles del futbol, (como los son las del conflicto armado proveniente de las Bandas Criminales o de la guerrilla). Se requiere algo más que las estrategias restrictivas y violentas frente a estos hechos. Es indispensable volver los ojos también al victimario e identificar sus carencias para poder generar en forma preventiva, políticas públicas que eleven la calidad de vida y detengan el deterioro de nuestro tejido social.
La solución no puede ser sacar a las personas de los estadios mientras la marea esta alta. Tampoco prohibir el uso de camisetas de equipos de fútbol. Solo una ciudad que ha determinado sus odios en estos aspectos puede vivir con estas y otras restricciones que sabemos, no atienden la raíz del problema.
No dejemos que la emoción del deporte nos evite el compromiso de pensar en colectivo, la solución a las diferencias. Evitemos el olvido de lo que pasa día a día y pensemos que la victima podría ser cualquiera.
A pesar de la satisfacción del espectáculo del futbol, podemos asumir el reto de enfrentar esta realidad y trabajar en conjunto por superarla. No dejemos que vuelva a olvidarse esto para que más personas mueran a pesar de la advertencia de lo ocurrido estas semanas y reconectémonos con la vida para ponerla por encima de todas las diferencias y así, dejemos de predecir más muertes anunciadas y lo peor, olvidadas.

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