Fue la mujer que nos puso a pensar en los niños. Que nos recordó que el futuro se construye desde la infancia. Que las heridas propiciadas a los seres humanos entre los 0 y los 7 años dejan huellas imborrables que definen el futuro y el talante de la humanidad.

“Los derechos de los niños prevalecen sobre los derechos de los demás”, repetía todos los días de su vida.

Abrazó su causa contra viento y marea; se enfrentó a los escépticos; confrontó a los cínicos; no le dio tregua a la impunidad y, lo más ejemplarizante, nunca, en ninguna circunstancia, dio su brazo a torcer. Era inquebrantable.

De Gilma Jiménez aprendimos fortaleza, dignidad, e indignación también. Sí, le indignaban las vejaciones que se cometen contra los niños y ni en las peores circunstancias perdió la capacidad de sorprenderse, y eso fue toda una lección.

En un país en el que todo se vuelve paisaje, hasta los crímenes más graves, ella nunca perdió la capacidad de asombro y la entereza para enfrentar con más afán, con más dolor y con más convicción la causa de cada niño o niña que tuvo la suerte de que ella se convirtiera en su defensora.

En la sociedad, y en Bogotá, nos hacen falta mujeres como Gilma Jiménez, que nunca perdió la esperanza de ganar la batalla contra los maltratadores, violadores y asesinos de niños. Era atenta, seguidora e insistente en denunciar las injusticias, la inequidad y la corrupción.

Hasta el último segundo de su vida estuvo segura de que el futuro del país, y de la humanidad, depende de la felicidad de los niños de hoy.

Lucía Bastidas
Concejal de Bogotá