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La guerra inscrita en el cuerpo, el informe sobre la violencia sexual en el conflicto armado colombiano

Foto elpueblo.com.co
–Este viernes 24 de noviembre en el antiguo Teatro México, en el centro de Bogotá, se hará el lanzamiento del informe del Centro Nacional de Memoria Histórica » La guerra inscrita en el cuerpo», sobre la violencia sexual durante el conflicto armado en Colombia.

“La violencia sexual es quizás la más olvidada y silenciada entre los repertorios de violencia empleados por los actores armados. Ninguno admite con franqueza haber violado, acosado o prostituido forzadamente a una víctima «, precisa el escrito y agrega:

«Es mucho más fácil confesar el despojo, el desplazamiento forzado e incluso el asesinato, pero sobre la violencia sexual impera un profundo sentido moral que la convierte en un crimen horrendo”.

Uno de los casos documentados es el de Sandra González. La violaron tres hombres cuando tenía 22 años, pero solo 12 años después fue capaz de contar su historia. Por mucho tiempo creyó que lo que le había pasado se lo merecía. Sandra era trabajadora sexual cuando fue abusada. Madre cabeza de familia, sin estudios, en una Colombia en guerra eran pocas opciones, aparte de esa, las que tenía para conseguir dinero y enviarle a su familia.

“Yo quería que me mataran, que usaran esas armas que tenían y acabaran con todo. Me dejaron tirada en el piso, sangrando, con un dolor infinito», dijo Sandra entrevistada en Bogotá por la periodista Sally Palomino, del diario El País de España.

«Sentía culpa, miedo, vergüenza, no quería que en mi casa supieran que yo era una puta. Sentía que esos hombres me habían matado en vida, una violación es eso”, señaló.

En su mano derecha una cicatriz le sigue recordando lo que vivió esa mañana. “Me querían cortar la cara, pero puse el brazo y ahí quedó una marca para siempre”. La agresión la dejó sin la huella del índice derecho y con una vida destruida que apenas recuperó en el año 2006 cuando llegó a Bogotá como desplazada del Huila, en donde se refugió después de la agresión sexual.

“Acá empecé a saber de derechos, me reunía con otras mujeres y las escuchaba contar sus historias, tan parecidas a las mías. Yo también había sido una víctima”. Sandra recuerda a Francisca Mosquera, una mujer del Chocó que también fue violentada en el marco del conflicto. “La única diferencia era que yo había sido una trabajadora sexual y ella no, pero éramos mujeres, vulneradas, abusadas”.

La Corporación Sisma Mujer la escuchó por primera vez, incluso antes que su familia, y tomó su caso para llevarlo a la justicia. “Me costó mucho contarlo, pero cuando lo hice empecé a sanarme. Después lo supieron mis hijos, mi compañero”. Denunció ante las autoridades, pero como suele pasar en Colombia la revictimizaron. “¿Cómo la pudieron violar tres hombres? No entiendo”, le dijo una de las fiscales que escuchó su testimonio. “Si los quiere denunciar nos tienen que decir cómo se llamaban”, le exigía otro funcionario. Ella solo se acordaba de sus caras y con eso logró que las autoridades hicieran un retrato hablado, pero hasta ahora no ha habido avances. Sigue esperando justicia, concluye la periodista.

Según el registro único de víctimas hasta septiembre de 2017 se habían reportado 23.998 casos de abusos sexuales en el marco del conflicto. A los paramilitares se les señala como los principales responsables, después están los guerrilleros y agentes del Estado.

Aunque ningún actor armado reconoce el uso de la violencia sexual en el marco del conflicto armado, las múltiples voces y silencios, principalmente de mujeres, confirman la magnitud de la violencia con que sus cuerpos han sido sometidos, apropiados, despojados de su humanidad.

El informe del Centro Nacional de Memoria Histórica establece que la violencia sexual se ha constituido en una modalidad de violencia que cumple distintos fines de acuerdo con los objetivos de los actores armados y de los distintos momentos de confrontación, pero con el común denominador de estar sustentada en arreglos de género que privilegian la construcción de masculinidades despóticas y perpetúan la objetivación de los cuerpos femeninos.

“La violencia sexual contra de las trabajadoras sexuales en el conflicto se sustentó en imaginarios religiosos y discursos morales de desprecio y estigmatización colectiva, las convirtió en objeto de violencia de los actores armados”, señala la investigación La guerra inscrita en el cuerpo. Sandra cuenta su historia para animar a otras a que no se queden calladas. Su relato se entrecorta con el llanto, pero también con una que otra sonrisa. Ha podido dejar de sentirse culpable y víctima para ser una sobreviviente que se niega a excluir de su testimonio su pasado como prostituta. “Nada justifica una violación, ningún tipo de trabajo, ninguna condición social. Las mujeres no somos culpables de las agresiones sexuales. Eso hay que decirlo y repetirlo”. Y ella lo hace con la cara en alto.

El Observatorio de Memoria advierte que este informe contribuye a la comprensión de las formas en que la guerra se ha inscrito en los cuerpos de las víctimas de violencia sexual, proponiendo la construcción de una memoria ineludible: la de las violencias que han sido silenciadas por una sociedad que en no pocos casos ha elevado un manto de señalamiento, vergüenza y culpa sobre las víctimas. Los testimonios de dolor y sufrimiento recogidos en este informe constituyen una apuesta política desde la dignidad de las víctimas de violencia sexual que le preguntan al país: ¿qué vamos a hacer para que esto no vuelva a suceder?

Según el Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), con corte al 20 de septiembre de 2017, se contabilizó 15.076 personas víctimas de delitos contra la libertad y la integridad sexual en el marco del conflicto armado. De estas, el 91,6 por ciento han sido niñas, adolescentes y mujeres adultas.

Si bien estas cifras pueden ser indicativas de las magnitudes de la violencia sexual, el aún importante subregistro, la invisibilización de algunas modalidades de violencia sexual y el importante porcentaje en el que se desconoce el perpetrador, hace que no sean concluyentes.

La violencia sexual es quizás la violencia más olvidada y silenciada entre los repertorios de violencia empleados en el marco del conflicto armado colombiano. Aun así, las víctimas de violencia sexual han vivido en carne propia las vejaciones que todos los actores armados han ejercido sobre ellas. En sus cuerpos están escritas las marcas de una sociedad que silencia a las víctimas, de un Estado incapaz de hacer justicia, de familias y comunidades tolerantes a las violencias de género y de un manto de señalamiento, vergüenza y culpa que impide que se reconozca la verdad sobre lo sucedido.

Aunque ningún actor armado reconoce el uso de la violencia sexual en el marco del conflicto armado, las múltiples voces y silencios, principalmente de mujeres, confirman la magnitud de la violencia con que sus cuerpos han sido sometidos, apropiados, despojados de su humanidad. Por eso al informe lo cruzan múltiples testimonios de las 227 personas que aportaron para la construcción del mismo, subraya el informe que reseña un par de ellos, así:

¿Por qué lo hacía? ¿Que pretendían hacer? ¿Qué buscaban? de pronto
porque eran bonitas o de pronto también como decimos nosotras siempre la
utilizaban de botines de guerra. Y también pues utilizaban el objetivo de que
ellos se sentían dueños de ellas.

Flor Silvestre, Magdalena

Él siempre llevaba su doble intención, porque a él le gustaba cogerlo a
uno que para escolta, siempre tenía muchachas así y después abusar de uno,
él le gustaba abusar de las muchachas que llevaba.

Gina, excombatiente FARC

El Observatorio de Memoria y Conflicto del CNMH, reseña que los paramilitares han sido responsables de 4.837 casos de violencia sexual, es decir el 32,2 por ciento y las guerrillas han sido responsables de 4.722 casos, es decir, el 31,5 por ciento. Agentes del Estado han sido responsables de por lo menos 206 casos registrados y los grupos armados posdesmovilización GAPD son responsables de 950 casos. Hay un importante número de casos en los que no se ha establecido el responsable: 3.973.

En la presentación del informe, el Centro de Memoria hace además las siguientes precisiones:

Toda forma de violencia sexual en el conflicto armado emite un mensaje político, un mensaje de poder que repercute de manera negativa en la subjetividad y en la vida de las víctimas. La violencia sexual ha operado como una violencia eminentemente comunicativa que le envía a la población y a la víctima un mensaje sobre quién manda en un territorio; el cuerpo ha servido para descifrar entre líneas eso que los actores armados quieren comunicarse unos a otros, a los pobladores y a sus víctimas.

La guerra inscrita en el cuerpo, la nueva investigación del Centro Nacional de Memoria Histórica en respuesta a la Ley 1719 de 2014, con apoyo de OnuMujeres y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), y con la colaboración de distintas organizaciones de mujeres, hace parte del acumulado de 10 años en los que el CNMH ha documentado todo tipo de violaciones a los derechos humanos y ha sido testigo de las memorias de dignidad y resistencia.

Sobre temas de género el CNMH ha publicado informes como: La masacre de Bahía Portete. Mujeres Wayuu en la mira; Mujeres y guerra. Víctimas y resistentes en el Caribe colombiano; Mujeres que hacen historia. Tierra, cuerpo y política en el Caribe colombiano; El Placer. Mujeres, coca y guerra en el Bajo Putumayo; Desafíos para la reintegración. Enfoques de género, edad y etnia; Aniquilar la diferencia. Lesbianas, gays, bisexuales y transgeneristas en el marco del conflicto armado colombiano, entre otros. Son 10 años de historias para transformar el país y por eso este informe se lanza en la 10ª Semana por la Memoria.

Esta investigación pretende avanzar en la comprensión de las circunstancias en que se ha cometido la violencia sexual en el marco del conflicto armado, para describir las motivaciones, los usos que esta modalidad de violencia tiene y la manera como los actores armados han ejercido violencia sexual en los distintos escenarios del conflicto armado, así como los mecanismos de resistencias y afrontamiento de las víctimas.

Propone la construcción de una memoria ineludible: la de las violencias que han sido silenciadas por una sociedad que en no pocos casos ha elevado un manto de señalamiento, vergüenza y culpa sobre las víctimas. Los testimonios de dolor y sufrimiento recogidos en este informe constituyen una apuesta política desde la dignidad de las víctimas de violencia sexual que le preguntan al país: ¿qué vamos a hacer para que esto no vuelva a suceder?

No obstante, cabe mencionar que ante los hechos de horror las víctimas han respondido con dignidad, muchas veces tejiendo estrategias de afrontamiento y resistencia para seguir con sus vidas y no permitirse sucumbir al dolor del pasado. Algunas mujeres emberá, por ejemplo, manifestaron que permanecer en el territorio, defenderlo y enfrentar con la palabra a los distintos grupos armados son las estrategias que han encontrado para protegerse y evitar que la violencia sexual se siga ejerciendo en contra de las niñas, jóvenes y mujeres de su comunidad. Otras mujeres en los contextos rurales han decidido enfrentar a los victimarios retándolos con denunciar los hechos, aunque para algunas estas acciones rebeldes les implicaron salir de sus pueblos.

Algunas mujeres afrocolombianas, por su parte, desde los saberes propios han logrado enfrentar las situaciones de violencia sexual y sus consecuencias, gracias al apoyo espiritual y emocional que han recibido de sus parientes y vecinas en medio del dolor. Así mismo, las mujeres indígenas amazónicas del Caquetá y Putumayo manifiestan que por medio de prácticas ancestrales de sanación, como los rituales de armonización y los círculos de la palabra, los pueblos indígenas pueden reconstruir el tejido social fracturado por la guerra y contribuir a que las mujeres sanen sus heridas como víctimas de violencia sexual.

Otra estrategia de afrontamiento que algunas mujeres han asumido es la de habitar sus cuerpos, recuperar el control sobre sus contornos, sus formas, sus devenires. Las prácticas artísticas como el teatro, la danza, la música, la pintura y la escritura también se han convertido para algunas mujeres en sus salvavidas para crecer y afrontar la adversidad. Y, por supuesto, algunas de ellas han fortalecido sus liderazgos gracias al acompañamiento que han recibido por parte de organizaciones de víctimas o de derechos humanos.

Este, entonces, no es solamente un informe sobre la violencia sexual en el conflicto armado, es ante todo un fragmento de lo que nos sucede como sociedad. Primordialmente, debe interpelarnos como país en general acerca de cómo hemos permitido que miles de personas sufran las vejaciones y las estigmatizaciones propias de este crimen. Por esto, este documento se nutre de múltiples descripciones de dolor y sufrimiento que nos permiten entrever la complejidad de lo que somos como seres humanos, las contradicciones que nos habitan, las crueles e infames formas en que los grupos armados se han ensañado contra los cuerpos de las mujeres, los silencios y las connivencias de nuestra sociedad, pero a la par, la fortaleza, las lecciones de resistencia y de afrontamiento que estas personas han desplegado para seguir viviendo.