Opinión

SIGUE EL CAUDILLISMO…

JULIO FERNANDO 2 (2) Por: Julio Fernando Rivera Vallejo

Talvez desde siempre, una de las preguntas que los pueblos se han planteado con mayor insistencia y, lo que es peor, sin encontrar una respuesta categórica, va orientada a determinar qué es mejor, que gobierne una persona o que lo haga un grupo de ellas.

Platón y Aristóteles deshojaron margaritas – flores, por supuesto -, tratando de encontrar la respuesta correcta y, en su época, elucubraron: lo mejor sería que asumiera el mando una persona, vale decir, un monarca, rey, príncipe o como se le quiera llamar; esto por cuanto es muy difícil poner de acuerdo a la gente y, conformar un grupo para gobernar, pensarían aquellos filósofos y sabios, resultaría tarea tan compleja como sacarle una foto a cien micos mirando la cámara, cosa más difícil si se tiene en cuenta que por esas calendas no existían tales elementos, hoy incorporados a los celulares.

Sin embargo, como la mayoría de los griegos eran de signo libra, inteligentes, románticos, bonachones, pero más indecisos que una gallina cuando no sabe a qué grano de maíz echarle el pico, o una quinceañera de Popayán no se decide a qué universitario forastero lanzarle la soga al cuello en el famoso paraninfo de la Universidad del Cauca, pensaron que era probable que el afortunado mansito se torciera y se convirtiera en tirano, -ojo, no estamos hablando de Presidente reelegido – y que, en consecuencia, resultaba mejor un gobierno de grupo, todos a una como en fuente ovejuna. Claro, no podía tratarse de cualquier grupo, sino del grupo de los mejores, el de la selecta aristocracia o lo que en nuestros tiempos y en sábados felices se llaman la meritocracia.

Ah, pero otra vez la indecisión de tan ilustres seres, faros indiscutibles de la humanidad, los llevó a cavilar que esa aristocracia, igual se podía vender al mejor postor o buscar satisfacer sus necesidades e intereses personales, abandonando el interés público, y degenerar entonces en una oligarquía – palabreja tan utilizada en los discursos veintejulieros – y fue entonces cuando apareció la República o Democracia, en esencia, el gobierno de todos y para todos.

Pero como el hombre es un animal social, más lo primero que lo segundo, y es un animal político, eso sí, por parejo, se inventó la democracia participativa y la representativa y, ahí tenemos la proliferación de personajes buenos, regulares, malos y perversos, que se hacen reelegir indefinidamente, para perpetuarse en el poder, so pretexto de contar con el respaldo de la voluntad popular, pero en el fondo, convirtiéndose en reyezuelos de nuevo cuño, que se engolosinan con el poder y se creen enviados por los dioses para salvar al mundo.

Se hizo la anotación de que los hay buenos, regulares, malos y perversos; por lo que desde lejos se percibe, parece que el vecino del sur, tan recordado por mirar rayado a un ex mandatario colombiano, está haciendo las cosas bien, pues, no solo mantiene su alto nivel de popularidad, porque según dicen le ha dado un acertado manejo a los temas de la educación y la salud con elevadas inversiones, igual que en infraestructura, en siete mil kilómetros de carreteras – que envidia -, sino que, salvo su pelea cazada con los medios de comunicación, a los que se la tiene ´´ montada ´´ y ese sí que es un problema de marca mayor, porque atenta contra la libertad de prensa, es queridísimo por su pueblo, a tal punto que acaba de ser reelegido en primera vuelta y gobernará hasta 2.017, por el momento, a menos que le de por seguir los pasos de sus amigos Daniel y Hugo.

La cosa no debe andar tan mal en Ecuador, cuando Rafael Correa vence con facilidad a sus opositores y logra consolidar a su partido en un país de tanta inestabilidad política, llegando a ser comparado con José María Velasco Ibarra, aquel caudillo de otro tiempo que llegó cinco veces a la primera magistratura, de la cual fue derrocado en cuatro ocasiones, y que repetía por doquier: ´´ dadme un balcón y volveré a la Presidencia ´´.

Aunque sean buenos los mandatarios, no es sano que se mantengan indefinidamente en el poder, porque ello le resta oportunidades a sus compatriotas que, seguramente querrán nuevas alternativas y opciones diferentes y tendrán cerrado el camino, porque definitivamente, hacer campaña con los dineros oficiales y publicidad inaugurando obras, desequilibra cualquier balanza.

Sean buenos o buenísimos nuestros Presidentes, ojala que nunca volvamos al caudillismo y al amaño de la Constitución a los intereses personales o familiares, pues, si ello ocurre, no estaremos en presencia de una democracia, sino en la cuerda floja que une a la monarquía y a la demagogia.
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