Opinión

Hijos de narcos se toman editoriales

JoseLuis2 Por José Luis Ramírez Morales
Se nos llenó la producción literaria de la nueva generación de escritores, hijos de los más poderosos capos del narcotráfico colombiano.

Después de las reveladoras 500 páginas de Juan Pablo Escobar, en su obra ‘Pablo Escobar, mi padre’, donde cuenta el manuscrito cómo el capo le pagó al grupo guerrillero m-19 un millón de dólares por quemar, asesinar, saquear el palacio de justicia, y como gratitud, los dirigentes de esta organización guerrillera le entregaron la espada de Bolívar al jefe del cartel de Medellín, y el narco a su vez se la regaló a su hijo Juan Pablo Escobar para que jugara con ella y luego la refundiera el menor. ¡Qué horror!

Luego nos cuenta cómo era su afición por las motos: a los 9 años de edad ya tenía 30 de verdad, entre otros muchos lujos y extravagancias.

Exonera en esas mismas páginas al exsenador liberal Alberto Santofimio Botero, hoy preso, de haber influido en el asesinado de Luis Carlos Galán.

En este mismo viaje no cuenta la embarrada que fue su tío Roberto Escobar (El osito), ayudando a que mataran a su padre o que por lo menos lo capturaran y lo extraditaran.

Se refiere a la creación de los Pepes, su relación y enemistad con Carlos Castaño, quien según él fue la persona que le disparó primero a su padre y luego se lo entregó al Bloque de Búsqueda.

Y aprovecha el libro para contar otros apartes del trajinar de las mafias colombianas y para mostrar con detalles cómo la familia del extinto narcotraficante Pablo Escobar se quedó sin nada de riqueza.

De repente, salta otro libro, otra historia: el de William Rodríguez Abadía, hijo de Miguel Rodríguez, jefe-capo del otro cartel, el de Cali, el del Valle del Cauca, junto con su hermano Gilberto Rodríguez, tío del escritor.

Abogado de profesión, y exconvicto, quien ya pagó su condena de cinco años en los Estados Unidos por ser parte de la organización narcotraficante, conspiración y lobista del cartel, y quien se salvó milagrosamente en las calles de Cali de un atentado contra su vida por parte de un escuadrón de sicarios, del cual salió gravemente herido, y del que salió vivo porque no era el día. Sus acompañantes en esa ocasión perdieron la vida.

El hilo conductor de esta nueva obra es la política y el narcotráfico. Habla del político liberal Horacio Serpa, de su papel preponderante en los contactos con políticos y reuniones con algunos miembros del cartel de Cali. Habla de sus encuentros personales con el entonces ministro del Interior y con el exministro de Defensa Fernando Botero, detenido para la época en el cantón norte por el proceso ocho mil.

Habla de otros contactos y encuentros en apartamentos del norte de Bogotá, en residencias Tequendama y otros lugares.

La conexión del entonces presidente Ernesto Samper Pizano, con senadores y representantes patrocinados por la organización del narcotráfico de Cali. Además, cómo se financió la campaña del presidente Ernesto Samper.

Hace serios señalamientos sobre la comisión de Acusaciones del Congreso, y la entrega de un millón de dólares de la época para que se absolviera al presidente Samper. Todo esto, a pesar de que su padre y su tío ya estaban detenidos en la cárcel La Picota.

Señala que Samper ‘nos traicionó, él se quedó con el poder y nosotros quedamos mal’.
No solo hablará de estas relaciones peligrosas, sino que dará a conocer más nombres de familias prestantes colombianas que se beneficiaron del cartel de Cali y hoy hacen de cuenta que no los conocen.

Se referirá al magnicidio del doctor Álvaro Gómez Hurtado. Develará cómo actuaban algunos mandos militares del Ejército y la Policía. Sostiene que el libro no es ficción ni fantasía, y que fue plenamente autorizado por su padre Miguel Rodríguez Orejuela a contar la vedad, y nada más que la verdad.