Opinión

¡FELIZ NAVIDAD!

JoseLuis2 Por José Luis Ramírez Morales
Abrí las cajas de mis recuerdos del año anterior, les quité las cintas de papel, y comencé a desenvolver del viejo periódico el papá Noel, a desarrugar el árbol, las luces, los muñecos, las cintas, el icopor, los arreglos, las velas, el bufón, la corona de la puerta con renos, que vaina tan rara, nada que ver con nosotros, pero fue un regalo y a caballo regalado no se le mira el colmillo.

La escalera de colores, las campanas, el mantel, los pocillos, las girnaldas, los duendes, y por supuesto a Pinocho.

Pensé qué se sentirá al estar un año entre cajas, envuelto en icopor, algodón y papel periódico, sin luz, sin saber nada del mundo exterior, sometido a no hacer nada, inmóvil, encerrado, sin poder hablar, opinar, compartir, salir, correr.

Dejé de meditar pendejadas y tomé la valiente decisión de hablar con cada uno de ellos. Trapo en mano, me di a la tarea de limpiar y desempolvar uno a uno los adornos y los muñecos que alegran la Navidad para contarles qué pasó en los últimos doce meses en que dormían con la promesa que les había hecho un año atrás: que esto iba a cambiar.

Y me vi en la obligación de despertarlos y contarles con paciencia que nada ha cambiado, a ellos que han pasado los últimos doce meses en un closet sin saber ni enterarse de nada.

Al primero que tuve que enfrentar fue al duende, esa criatura fantástica de forma humanoide y del tamaño de un niño y que encanta a los hogares. Tuve que decirle con sinceridad que el duende de la reelección era una realidad, a pesar de la oposición. Que el gobierno no logró la reforma a la salud, que la gente sigue muriéndose a la entrada de los hospitales en las frías baldosas del suelo; que la justicia sigue empantanada, que a las cárceles no les cabe un preso más y ha tocado echarle mano a las URIs, a las estaciones de Policía y hasta los parques, que tenían como destino la diversión de los niños. Hoy son celdas a cielo abierto.

También le conté que el consumo de marihuana ha aumentado en todos los estratos, en las universidades públicas y privadas, en los colegios, en los parques, en las esquinas, por donde caminen los ciudadanos el halo oloroso de esta sustancia persigue a las personas.

Al bufón, como no, lo sorprendí narrándole cómo la izquierda de este país unificó todos sus esfuerzos para votar con toda confianza por la derecha. Se hizo un gran bloque, sólido, de mis hermanos los mamertos, para, como un solo hombre, con una sola idea, quien lo hubiera pensado, reelegir al actual presidente. ¿Qué pensarían hoy Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo o Manuel Cepeda, entre otros?

Al ingenuo Oso Yogui le desarrugué la nariz para contarle que le producción de cocaína continúa enriqueciendo a una parte de los colombianos y sigue manteniéndose a nivel mundial como el producto nacional más rentable, y que definitivamente nadie nos quita el primer lugar en producción, venta, distribución y calidad. Además, ahora, traficar con droga se está considerando como un delito conexo al político que favorece a los grupos insurgentes y los paramilitares, para botarles un salvavidas por sus delitos.

Uno de los momentos más delicados llegó cuando me tocó sacar de una de las cajas a las bolas: rojas y azules, todas adquiridas en la Unidad Nacional. Las encontré totalmente húmedas y llenas de mermelada; las bolas verdes estaban resquebrajadas y fracturadas. No tenían arreglo. Las bolas doradas habían perdido el brillo en este año y lucían un pálido amarillo, desunificadas e irrecuperables.

A estas bolas les tuve que contar que cada una de ellas simboliza el no cambio, la corrupción, el secuestro, el reclutamiento forzado, la impunidad, las desapariciones, las masacres, los huérfanos, las minas antipersona. Son todo un símbolo en este pesado árbol, que sostiene 317 mil nuevas víctimas ocasionadas por el conflicto en solo año y medio de las negociaciones entre el Gobierno y las Farc.

Y la tragedia de los soldados y policías, que no es lo único que no tiene tregua.

Definitivamente poner las bolas en el árbol, quien lo creyera, es un trabajo dispendioso. Por eso me dirigí a sacar de su caja a Pinocho. Lo primero que le noté fue su nariz más prominente. Le notifiqué, para su sorpresa, que TransMilenio no es un milagro, que las tarjetas no se pudieron unificar, que la máquina tapahuecos sigue su tránsito por Bogotá, que el alcalde Petro se quedó en su cargo a pesar del Procurador, que el caos vial se fortaleció, que el robo de celulares es toda una industria del crimen, imparable, lo mismo que la inseguridad, que ya no es una percepción sino una rererealidad. Que Corabastos es un centro del delito, que la tauromaquia no regresa a Bogotá a pesar de las protestas y las huelgas de hambre. Que solo en Cundinamarca cada día ocho niñas quedan embarazadas y en el país, 2.900. Que los hombres siguen matando a sus compañeras sentimentales sin consideración y con sevicia y los conductores borrachos no van a la cárcel a pesar de las masacres que cometen al volante. Que en conclusión, es una ciudad sin control, sin autoridad y totalmente anarquizada. Eso sí, le hice saber que ya no está solo, porque pululan los prominentes narizones como él.

A mi Papá Noel le conté, para su incredulidad, que muchos de los mejores regalos ya están entregados. Que el Gobierno nacional definitivamente les otorgó una prima especial a los congresistas de 7’898.445 pesos mensuales, es decir que los honorables padres de la Patria, además reciben un sueldo de 24 millones de pesos mensuales.

Al grupo de mis malabaristas de colores les señale el regalo de la justicia para los peores delincuentes: la casa por cárcel. Otro regalo de la justicia, el paro judicial. Otro, que el Consejo de la Judicatura sigue campante. Hoy no hay dinero que alcance para pagar guardias corruptos, que el Inpec no se acaba, que no hay dinero suficiente para que los reclusos vivan en las cárceles del país. Por todo se cobra, en estas mazmorras inhumanas, hasta el saludo se paga.

A los vendedores ambulantes, no hay que darles regalo, pues ellos los están revendiendo en todas las esquinas.

En las calles no cabe un indigente más, no dan tregua… De la cultura ciudadana no queda nada, nada, nada. En Colombia, hasta el lenguaje se corrompe. Y el matoneo entre los niños y jóvenes se convirtió en ‘cibermatoneo’, fenómeno al que no se le ha encontrado ningún tipo de solución.

A las luces las enredé y las colgué con una amiga en el balcón, mientras les contaba que en Colombia todo se convierte en cifras. Las personas de carne y hueso desaparecen y se transforman en estadísticas.

Por último, encendimos las luces y pedimos porque el próximo año se terminen los ataques con ácido, las riñas que se encienden por una mala mirada, por un pito, un empujón o la famosa envidia, padres que matan a sus hijos, jóvenes y adultos que deciden suicidarse ante la imposibilidad de resolver un problema o la falta de una oportunidad.

Además, pedimos por la salud mental de los colombianos, cada día más grave según Medicina Legal.

Cada uno de ustedes y nosotros conocemos a una persona esquizofrénica, adicta a las redes, al sexo, al celular, depresiva, ansiosa, con estrés y trastorno bipolar.

Y lo más grave, como lo define el escritor peruano Mario Vargas Llosa “estamos viviendo la civilización del espectáculo”, es decir, donde prima la frivolidad y lo trivial. Esto es lo que tiene éxito y rating en este país, donde además, la cultura del atajo es el símbolo de la ‘viveza’ de los colombianos. ¡FELIZ NAVIDAD!