Opinión

El arte de desnudar sin empelotarse

Andrey Porras Por: Andrey Porras Montejo
Hace algunos años, un prestigioso periodista de una cadena radial naciente afirmó que «la radio lo desnuda a uno y uno puede desnudar a los demás». Tras el escándalo de la Corte y las cada vez más asombrosas salidas del omnipotente jefe de Centro Democrático, parece que tal consigna también aplica a la justicia y a la política.

Y es que el tono beligerante de la respuesta en los medios de comunicación, el pasado viernes, del acusado presidente de la Corte, deja un sabor incómodo en el ambiente, como si un lado del país creyera que la mejor manera de defenderse es demostrando que los otros son peores que uno.

El que haya un error o nazca un escándalo, no es garantía de culpabilidad, por lo que no es necesario convenir el mal de los otros para salvarse, pues ni si quiera está comprobado el mal propio. Gracias a un simple silogismo, el querer hundir a los demás implica aceptar de entrada la culpabilidad propia y exacerbar los miedos con los que el acusado se aplasta solitario en sus propias contradicciones.

Pareciera que la fragante frase citada al principio se cumple con cierta ironía en la justicia colombiana, pues la primera parte («lo desnuda a uno») es causada por el mismo acusado, en un fallido intento por defenderse; y la segunda parte (la de «desnudar a los otros»), no es otra cosa que la falsa conciencia de excusar los errores propios en los errores de los demás, todo ello en honor al buen nombre, en palabras más siniestras, querer desnudar sin tener que empelotarse.

Sin embargo, todo ello es una trampa, todo ello es una escaramuza mal pensada, que se brinda como cortina de humo para dilatar las investigaciones y manifestar la segunda parte de la inadmisible frase «usted no sabe quién soy yo»… Su segunda parte sería «si usted me toca, yo lo hundo, entonces hagámonos pasito».

Triste panorama de la justicia, pobre futuro entre los pasillos de los grandes recintos de la jurisprudencia, ridícula parafernalia de quienes se hacen llamar los cerebros de las leyes.
La palabra magistrado viene de la palabra magistratus que tiene relación con maestro, lo cual la ubica en lo más alto de la consigna cultural. Sin embargo, simultáneamente a los escándalos de la Corte, otro trino exacerbado amenazaba a un profesor universitario por haber planteado una polémica política en su clase… otro atentado contra el magisterio, esta vez hecho desde el cerebro plenipotenciario del Centro Democrático, es decir, la misma persona que puso al magistrado Pretelt en la Corte Suprema de Justicia… Maestro y discípulo confabulando contra la honorabilidad, maestro y discípulo contradiciendo lo que representan, maestro y pupilo intentando desnudar sin empelotarse.

Colombia necesita otras voces que evidencien menos la ignorancia, voces como la de la ex – esposa de Bernardo Jaramillo, quien en una entrevista afirmó que Bernardo era «un hombre que ni para contar un secreto habló en voz baja»; o como lo recientemente dicho por uno de los mejores reporteros gráficos de Colombia, Jesús Abad Colorado, hablando sobre el asesinato de dos de sus familiares «fueron crímenes que se quedaron en el olvido y la impunidad… Lo que rescato es que mi familia nunca optó por la venganza; nunca nos enseñaron a odiar». Voces que construyen más allá de los libretos fetichistas y las falsas conciencias, voces que no venden su vida para sostener una mentira, voces que hablan directo, sin dilaciones ni enredos, voces que no necesitan ser explicadas, sólo recordadas… Voces que si desnudan, no se ocultan, no se esconden, y mucho menos, le temen a su desnudez.