Opinión

DILEMA: MEMORIA E HISTORIA

Por: Diego Calle Pérez.
A Bartolomé de las Casas le reprocharon, aunque fuera verdad, que publicara cosas muy terribles y despiadadas de los soldados españoles durante la colonización americana. Hernán Cortes se conmovía por los sacrificios de los aztecas, pero no tenia problema en dispararle en el rito chamanico.

Mel Gibson, en su película Apocalypto, narra con detalle la relación mítica de los mayas con los aztecas. Muestra un periodo posclásico y no uno del clásico, ya que puso sobre la mesa el tema del que incluso los mayas hacían sacrificios convirtiéndose en pugnas durante la prehispánica historia narrada por frailes y encomenderos.

La implosión del edifico Mónaco en Medellín, se convertirá en una historia más de las tantas que quedan de ciudad, borraron de la memoria, la parte física del edificio, que hacía las veces de punto de partida en el recorrido que caracterizaba el recuerdo viviente del supuesto terror que genero el capo de Envigado, municipio que por años fue sede de los grandes intelectuales de la colonia y la república que apenas iniciaba.

En Suiza pueden procesar a alguien por negar el genocidio armenio durante el Imperio Otomano, mientras que Turquía puede procesarle por afirmarlo. Los hechos históricos son sagrados, se cuentan en Estambul y se viven en Paris de la segunda Guerra Mundial.

La historia no puede ser una cosa y la memoria estar al servicio de quién la empuña para emitir un juicio moral sobre lo ocurrido. El oficio de historiador no debería ser juicioso, tendría que intentar explicar y describir más que evaluar en términos normativos dice Marc Bloch.

El holocausto fue más allá de cualquier genocidio anterior. Era otra guerra, era pura y simplemente una matanza masiva, sin una razón táctica o estratégica, sino por pura ideología, sostiene el ensayista Ian Buruma en El precio de la culpa. Auschwitz, se convirtió en lo que da que pensar y alimentó el deber de memoria para acentuar la construcción de un sentido la creación de un significado de ese pasado que valga para el presente. La memoria histórica cuenta con activos detractores, como el periodista estadounidense David Rieff, que ha escrito un furibundo alegato a favor del “imperativo ético del olvido” en su ensayo Contra la memoria. Cuenta Rieff que la obra echó raíces en Bosnia, donde trabajó como reportero de guerra.

“La memoria histórica colectiva tal como las comunidades, los pueblos y las naciones la entienden y despliegan —la cual casi siempre es selectiva, casi siempre interesada y todo menos irreprochable desde el punto de vista histórico— ha conducido con demasiada frecuencia a la guerra más que a la paz, al rencor más que a la reconciliación y a la resolución de vengarse en lugar de obligarse a la ardua labor del perdón”, esgrime. El nunca más de Auschwitz le parece cargado de buenas intenciones y falto de realismo. Y relata un chiste que circula por Polonia: ¿A quién mata primero un polaco, al alemán o al ruso? Al alemán, por supuesto; primero el deber, después el placer. Dilema: memoria e historia.