Artunduaga: de sal y de dulce

Ferreira, unas de cal y otras de arena

Ferreira

El patinaje le ha dado y quitado todo.
Le dio la consagración como mejor dirigente deportivo de la última década. Lo hizo popular, reconocido y apreciado. También le quitó la esposa, que se fue con el entrenador del equipo nacional. Y le puso en sus brazos a Luz Mery Tristán, “la dama del deporte por excelencia”.

Semejante borrasca ha pasado en los últimos quince años y la risa y el llanto se han alternado varias veces para subirlo al podio y arrojarlo después al fondo de las tristezas, como si felices o aciagos vientos lo transportaran de un lugar a otro.

Ferreira es ingeniero civil (Universidad Santo Tomás), profesión que no ejerció a plenitud para dar paso a la educación. La Fundación San Mateo, con 2.500 alumnos es su orgullo (calle 26 con 23 en Bogotá).

Se acercó al patinaje –que ha sido su consagración- cuando acompañó a su hermano, que tenía una hija que le gustaba ese deporte. Fue su primer contacto, en la mitad de los ochentas.

A partir de ese momento, inició una carrera que lo llevó a que el 9 de enero de 1993 lo eligieran Presidente de la Federación Nacional de Patinaje. Recibió una “empresa” con 343 patinadores y un déficit de $25 millones de la época. Por entonces, Colombia tenía 3 figuras internacionales. Hoy cuenta con más de 16 mil deportistas, 26 ligas y ha coronado a 70 campeones mundiales. El patinaje nacional tiene el patrocinio asegurado para los diez años siguientes. Y Ferreira ha sido vicepresidente de la asociación mundial.

Estaba en el ajetreo de la organización de los Juegos Panamericanos de Santo Domingo (2003), cuando el senador Germán Vargas Lleras le propuso hacer parte de su lista al concejo de Bogotá. Aceptó el reto simultáneo y perdió por apenas 150 votos.

Le quedó la espina, el ardor en el alma y el orgullo que no se calman si no hay otro intento como revancha.

Sin embargo, no necesitó esperar a las siguientes elecciones. María Isabel Nieto fue nombrada Viceministra del Interior y le cedió la curul en el concejo, faltando un año completo del periodo anterior. Se posesionó, asistió, deliberó y siguió caminando por las dos pistas: el patinaje y la política.

Con el slogan “Carlos Ferreira, el concejal del Deporte”, fue elegido en las últimas elecciones. Su nombre, su prestigio, los patinadores (muchos), los padres de familia de esos muchachos, la estructura de Cambio Radical y unos $200 millones (demostrados), le dieron la curul que hoy ostenta.

Y como la vida regala y quita, (“en la vida ocurre todo lo que tiene que ocurrir y, al final, todo encuentra su lugar”), tantos éxitos fueron interrumpidos un día por una demoledora sorpresa: su señora, con quien tenía tres hijos, decidió romper, enamorada del entrenador que el propio Ferreira había contratado para preparar mejor a sus campeones.

De semejante revés casi no se levanta. “El orden de los hechos no me sorprendió. La persona, tampoco”, dice Sándor Marai, en “La Mujer Justa”. Pero hay momentos en la vida en que comprendemos que lo absurdo, lo imposible y lo inconcebible son en realidad tan ordinarios como sencillos”.

Y como en los temas del amor, todos creemos morir pero resucitamos, Ferreira anda nuevamente enamorado. De nadie menos que de una deportista consagrada, Luz Mery Tristán, que por más de una década le dio alegrías y medallas a Colombia, a nivel internacional.

“De pronto vemos con claridad todo el entramado de la vida: desaparecen entre bastidores personas que creíamos importantes y del fondo en sombras emergen otras de las que no sabíamos nada, pero en cuanto aparecen sabemos que estábamos esperándolas, y ellas a nosotros, en un destino común”.

El concejal Ferreira (para algunos funcionarios, un “lagarto” indomable en el deporte) sigue su lucha por el patinaje, y de seguro conquistará más éxitos.

Y en política tiene todo por hacer. Apenas ha llegado al Concejo y quiere ser congresista. También se propone que el deporte sea considerado, a nivel constitucional, como la educación: “es la tercera economía que más genera empleo”.

Por lo pronto tiene muy claro el que –en su concepto- es el mayor pecado de los políticos: no caminan sino que levitan, se endiosan y hablan por hablar pero no construyen.

Tomado del libro «Artunduaga desnuda al Concejo de Bogotá».

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