La Crónica Tema del Día

La lección del Caguan y el juego de las Farc en los siguientes 10 años

–Sorprendió al país y al mundo aquella foto captada el 9 de junio de 1998, en la que apareció el entonces candidato a la presidencia Andrés Pastrana y el máximo cabecilla de las Farc Manuel Marulanda.

Fue el encuentro que dio inicio al proceso de paz, que se dio por terminado el 20 de febrero de 2002, luego que las Farc antes que disminuir, arreciaran sus acciones armadas y sobre con su estrategia principal: el secuestro.

Sorprendió también aquel episodio que se llamó la “silla vacía”, con un Pastrana compungido por la ausencia de don Manuel Marulanda o Tirofijo.

Fue el 7 de enero de 1999, cuando, con la asistencia del presidente Andrés Pastrana, se instaló la mesa de negociación en el municipio de San Vicente del Caguán.

Las FARC argumentaron razones de seguridad para la ausencia de Marulanda, pero después se conoció que no llegó a la cita porque su presencia allí «enviaría el mensaje equivocado de que la paz estaba cerca».

El famoso episodio de la silla vacía fue un vaticinio de lo que vendría más adelante para el proceso de diálogo, un desplante de las FARC al país, según lo estableció en su momento la revista Semana.
Hoy se está conmemorando los 10 años del estruendoso fracaso y lo que representó para el país y el mundo la entrega de medio Colombia para que las Farc hicieran su república independiente.

Es mucha la literatura que se ha cocinado alrededor de ese episodio, pero para no dejarlo pasar inadvertido, aquí están algunas alusiones al mismo.

Siendo candidato a la presidencia Andrés Pastrana por el Partido Conservador se reunió sorpresivamente con el jefe de las FARC, Manuel Marulanda el 9 de junio de 1998, tras una mediación del dirigente también conservador Álvaro Leyva.

Luego las FARC le hicieron un llamado a Pastrana el 14 de junio de 1998 cuando aún era candidato presidencial anunciando su disposición al diálogo con su eventual administración.

Dos días después el candidato Pastrana anunció su voluntad de despejar muchos municipios para iniciar un proceso de paz con las FARC.

Pastrana tomó posesión como presidente de Colombia el 7 de agosto de 1998 y en su discurso inaugural reiteró su disposición a dialogar con las FARC.

El 11 de agosto de 1998, alias Rául Reyes dijo desde Venezuela durante una entrevista que no creía en un pronto «cese de hostilidades en razón a que hablar de paz no significa el silencio de los fusiles».

Las FARC también plantearon que para cumplir con los protocolos 1 y 2 de Ginebra sobre Derechos Humanos había que primero firmar la paz.
El 14 de octubre, por resolución, el presidente Pastrana estableció la zona de distensión en los municipios de Mesetas, La Uribe, La Macarena, Villahermosa y San Vicente del Caguán, con fecha de espiración el 7 de febrero de 1999.

El presidente Pastrana le reconoció estatus político a las FARC y pidió la suspensión de las órdenes de captura contra ‘Raul Reyes’, ‘Joaquín Gómez’; y Fabián Ramírez, tres cabecillas designados por las FARC como voceros.

El 20 de febrero de 2002 un frente de las FARC secuestró un avión de la aerolínea Aires HK 3951 procedente de la ciudad de Neiva y forzó a los pilotos a aterrizar en medio de una carretera, en el municipio de El Hobo.

El frente de las FARC liberó a casi todos los pasajeros, llevándose secuestrado al senador Jorge Eduardo Gechem.

Después de lo sucedido, el presidente Pastrana puso al proceso de paz.

El presidente Pastrana emitió una resolución que terminó oficialmente el proceso de diálogo con las FARC, otra que les retiró el estatus político a las FARC, otra que reactivó las órdenes de captura contra todos los miembros de las FARC y otra que terminó la ‘Policía Cívica’ que funcionó en la zona desmilitarizada.

NO A LA ESTIGMATIZACION

A propósito de las secuelas del frustrado proceso de paz, la agencia de noticias Colprensa destacó para sus abonados que los habitantes del Caguan sufren por la estigmatización que les dejó el haber sido, sin quererlo, hospitalarios con las Farc.

Después de 10 años de la zona de despeje, los habitantes de San Vicente del Caguán se sienten estigmatizados como guerrilleros por el resto de Colombia. Crónica.

La hermana Reina Amparo Restrepo cuenta que salir de San Vicente del Caguán se convirtió en un lío tremendo para sus habitantes.

Enseguida recuerda una anécdota que le sucedió hace apenas dos semanas, cuando se encontraba en un colegio de Florencia, capital del departamento del Caquetá.

Justo cuando entró a la sala de profesores, le preguntaron: ¿de dónde viene? La hermana dijo sin miedo: San Vicente del Caguán. Al instante le respondieron: “Ah, la República Independiente de San Vicente del Caguán”.

Era una broma en relación a ese rumor que surgió durante el proceso de paz entre el gobierno de Andrés Pastrana y la guerrilla. Se decía que las Farc harían del municipio una república independiente y ellos, los guerrilleros, serían su ejército. La hermana Reina Amparo, Premio Nacional de Paz en 2007, se molestó por el chiste.

Años atrás le sucedió algo parecido, en un hospital de Neiva. Un médico se refirió a ella como “la prima del ‘Mono Jojoy’”. Era otra mofa por vivir en San Vicente del Caguán, sede junto con los municipios de La Uribe, Mesetas, La Macarena y Vista Hermosa, de la zona de distensión en la que en 1998 se iniciaron los diálogos entre el Gobierno y la guerrilla.

“La estigmatización que se ganó el pueblo ‘san vicentuno’ por ese hecho te frena muchísimas veces”, agrega la hermana, sentada tras un escritorio de la casa en donde funciona la comunidad de los misioneros de La Consolata.

Son las 3:00 de la tarde del martes 14 de febrero de 2012. En San Vicente del Caguán hace un calor infernal. A la sombra la temperatura debe llegar a los 35°C. La hermana se seca el sudor de la cara con un pañuelo.

En el resto de la tarde y durante el día siguiente no será la única habitante de este municipio del departamento del Caquetá, ubicado a tres horas y media de Florencia, que se queje del mismo asunto: la estigmatización que les dejó como lastre el proceso de paz en su territorio.

El secretario de gobierno, Óscar Prieto, contó por ejemplo que los jóvenes no sacan la cédula en el pueblo para evitar miradas acusadoras en el resto del país; Flover Parrací, contador público, recordó el día en que le negaron un crédito bancario, “por ser de una zona roja”; una tendera dijo que a pesar de que su hijo terminó sus estudios en Neiva y sacó la cédula en Bogotá, no fue aceptado en el Ejército cuando los altos mandos se enteraron de que había nacido en San Vicente del Caguán. Al muchacho le tocó entonces trabajar en una ferretería.

Es decir: ser de San Vicente del Caguán o vivir aquí te convierte en sospechoso de ser criminal, bandido, miliciano, miembro de las Farc. Y tener que lidiar con eso cada que se viaja es bastante molesto, explican. Tener que negar la tierra de donde se proviene es como negarse a sí mismo, negar la identidad, es otra forma sutil de discriminación.

Pasa que en el imaginario del país aún se recuerdan esas imágenes que se vieron por televisión durante el proceso de paz: cientos de guerrilleros patrullando las calles del pueblo muy orondos, conduciendo camionetas último modelo, niños y niñas de 14 años con fusiles al hombro, San Vicente convertido en un paraíso para las Farc. Eso, en parte, ha llevado a que el estigma de esta tierra como un pueblo de guerrilleros perdure aún diez años después del fin de la zona de distensión.

Eso y que, por un lado, se sabe que aún hay milicianos por ahí, vestidos de civil. Además, como la guerrilla ha permanecido durante décadas en este territorio, reclutando menores, enamorando mujeres, algunos de los habitantes, inevitablemente, tienen un familiar dentro de ese grupo armado ilegal.

La hermana Reina Amparo ya lo había mencionado hace un rato: este es un pueblo de víctimas de la violencia, un pueblo que ha sufrido, en silencio, el hecho de que un hermano, que un tío, que un primo, una hija, haya ido a la guerra. Quizá por eso también es un pueblo que calla. Nadie habla de la situación de violencia con desconocidos. Callar es sinónimo de seguir con vida.

En todo caso, reclaman en San Vicente, esa realidad no convierte a todos sus moradores en guerrilleros. El propio alcalde, Domingo Emilio Pérez, tiene un hermano en las Farc. “Los delitos son individuales”, responde.

Óscar Prieto, el secretario de gobierno, también cree que los medios de comunicación han fortalecido el mito de San Vicente del Caguán como tierra exclusiva de guerrillos. Aún, se queja, los periódicos siguen publicando las mismas fotos que publicaron durante el proceso de paz.

Pero la postal de San Vicente del Caguán hoy es como la de cualquier otro pueblo de Colombia. A esta hora, por ejemplo, las 5:00 de la tarde, siete niños juegan microfútbol en el parque principal, una pareja de novios se besan en una banca, gente va y viene a pie, en moto, los locales comerciales de juguetes, ropa, electrodomésticos tienen abiertas sus puertas.

En el parque, además, se empiezan a instalar decenas de puestos de comidas rápidas. Decenas. Antes del proceso de paz sólo había un sitio en San Vicente para comer hamburguesas. Cuando iniciaron los diálogos la economía se disparó. Llegaron estos puestos y también los restaurantes de comida china.

Entonces, dice Flover Parrací, ahora que este 21 de febrero se cumplen diez años del fin de la zona de despeje, ahora que en San Vicente del Caguán ya no se ven a los miembros de las Farc patrullando las calles como reyes, sus habitantes quieren enviarle un mensaje al país que los libre de una vez por todas de la estigmatización: “No somos guerrilleros, somos tierra de ganaderos”.

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