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Educación positiva: formación de vanguardia para los retos de las nuevas generaciones

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Dos preocupaciones que ocupan la agenda de la mayoría de países, en materia de educación, son la epidemia global de depresión en niños y jóvenes, y la crisis de valores en las nuevas generaciones.

Alrededor del 20% de todos los niños del mundo experimentan hoy un episodio clínico de depresión antes de terminar el bachillerato. De hecho, este fenómeno es hoy diez veces más común que hace 50 años. Al tiempo, para Robert Sternberg, psicólogo y profesor de la Universidad de Yale, hay una crisis de los valores que contribuyen a la evolución de la especie humana, es decir, de esos valores que hacen que los niños y jóvenes se conviertan en miembros capaces de contribuir positivamente al desarrollo de sus comunidades.

En Asia, América, Europa o África, tanto el número de jóvenes involucrados en atentados terroristas como la cantidad de muchachos adeptos a ideologías extremas está en aumento. La situación es crítica y la pregunta inevitables: ¿Qué hacer ante este panorama? Los investigadores de una disciplina llamada Educación positiva nos hemos dado a la tarea de encontrar algunas respuestas.

Sin duda, gran parte del problema está en que el modelo tradicional de estudio incluye solo las habilidades relacionadas con la ciencia y el conocimiento, dejando de lado la enseñanza y puesta en práctica de las competencias que mayor impacto tendrán en la vida de los niños y en la sociedad. Así lo ha señalado la Dra. Margaret Kern, una de las más destacadas investigadoras de esta problemática.

Profesora titular del Centro de Psicología Positiva de la Universidad de Melbourne, Australia, la Dra. Kern tiene más de 50 publicaciones que han sido citadas, académicamente, unas 2000 veces. Kern sostiene que la clave para prevenir y mitigar la aparición de estos problemas juveniles está en la Educación Positiva, una disciplina que combina los novedosos conocimientos científicos de la psicología positiva y la psicología cognitiva, con las mejores prácticas de aprendizaje, todo con el fin de facilitar el desarrollo de las capacidades necesarias para que las futuras generaciones obtengan éxito personal y profesional.

Por todo lo anterior, consideré un verdadero privilegio conocer a la Dra. Kern hace un año, y no dudé en invitarla a que realizáramos estudios de la más alta rigurosidad en nuestro país. A raíz de ese encuentro, ella es hoy la líder científica, en la Universidad del Sinú, del primer proyecto de investigación con un enfoque whole school, que incluye a todos los miembros de una institución de educación superior, desde los encargados de las porterías hasta el rector general. Este proyecto nos llevó al Primer Festival de Educación positiva del mundo, llevado a cabo en Dallas, Estados Unidos, a finales de este mes.

Uno de los objetivos de este estudio, por supuesto, es prevenir la depresión en jóvenes, aumentar su felicidad y facilitar el desarrollo de las competencias que les permitan vivir en paz y armonía consigo mismos y con los demás. Este proyecto nos permitirá validar la metodología extranjera en Colombia y adaptarla a nuestra cultura.

La investigación local será el complemento ideal de otros numerosos estudios realizados en todo el mundo. Estos muestran que la enseñanza de las habilidades para el bienestar y la felicidad protege a los niños y jóvenes contra la depresión. Pero, ¡ojo!: la educación positiva no consiste en educar solamente para la felicidad en el sentido convencional y popular del término: busca forjar el cultivo de hábitos que facilitarán el desarrollo de las virtudes del carácter que permiten a los niños y jóvenes convertirse en miembros que contribuyen, positivamente, al desarrollo de sus comunidades. Es entonces el más poderoso antídoto contra la depresión, pero también la herramienta más eficaz para sentar bases sólidas para la ética y los valores, elementos que tanta falta le hacen al mundo y que resultan cruciales para la paz.

A diferencia de otros enfoques a la educación que buscan el desarrollo de habilidades socio-emocionales, la educación positiva cuenta con una metodología, basada en la evidencia, que se sirve de los últimos avances tecnológicos en materia de medición y evaluación. Su enfoque permite a los estudiantes y profesores tener mejores relaciones con los demás, experimentar más emociones positivas, desarrollar resiliencia, encontrar significado y propósito en la vida, aumentar su nivel de conciencia (mindfulness), motivar para llevar una vida saludable y facilitar la identificación y desarrollo de sus fortalezas.

Es por ello que los países más desarrollados del mundo en materia de educación, como Canadá, Australia, el Reino Unido y China, se la han tomado muy en serio y están haciendo de ella parte neurálgica de sus políticas públicas.

Existe una tercera y muy poderosa razón por la cual la educación positiva merece ser tomada muy en serio: ayuda a que los niños tengan mejor desempeño académico. Así lo muestran las investigaciones de Martin Seligman, Jane Guillham y Carol Dweck, entre otros. Esto quiere decir que incluso la meta tradicional del sistema educativo –el alto desempeño en los exámenes- se maximiza con el enfoque positivo a la educación. Sin duda, los estudios muestran que los niños felices aprenden más y mejor, son más creativos, tienen mayor capacidad de concentración, y piensan de manera más holística que aquellos que no son felices.

Así las cosas, la educación positiva ofrece un camino confiable y basado en la ciencia para la formación de niños y jóvenes que puedan responder a las necesidades de nuestro tiempo: previene y protege contra la depresión, facilita el desarrollo de las competencias para la felicidad y sienta las bases para una sociedad en paz, al tiempo que maximiza la capacidad de aprendizaje y el buen desempeño académico. Una excelente herramienta que debería estar al alcance de todos. Sin embargo, para que todos los niños del país puedan gozar de los beneficios de esta ciencia, será necesario que las autoridades políticas en materia de educación tomen cartas en el asunto.