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Falleció el torero español Palomo Linares

Foto-GTRES-El Español
–Tras una operación de corazón abierto que se le practicó para ponerle un doble bypass, falleció este lunes, a 3 días de cumplir 70 años de edad, el torero español Sebastián Palomo Martínez, más conocido como Palomo Linares.

El fallecimiento del diestro se produjo en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid, donde el viernes había sido sometido a la delicada intervención quirúrgica, según lo confirmó el portal «El Español».

Palomo Linares se había retirado de los ruedos con una corrida en Bogotá, el 31 de enero de 1982, en la que compartió cartel con Pepe Cáceres y Curro Romero frente a tres toros de Vistahermosa y otros tantos de Pueblito Español, en la que consiguió cortar tres orejas.

Sin embargo, al año siguiente reapareció en la plaza de toros de Acho, en Lima, alternando con José Mari Manzanares y Paco Ojeda con toros de Marcos Núñez. Y volvió a retirarse en 1985 en la San Isidro de Madrid, para reaparecer en 1993 en una temporada en la que toreó 19 corridas. Su retiro definitivo se produjo en una corrida nocturna Benidorm, el 9 de agosto de 1995.

El Español hizo la siguiente reseña de la vida de Sebastián Palomo Linares:

Nació en Linares, el 27 de abril de 1947. La ciudad quedaría marcada por la muerte de Manolete cinco meses después. Hundido en la escasez, la infancia la pasó buscándose la vida. Su padre trabajaba en una mina de plomo. Pronto tuvo que colaborar con la economía familiar. Eso le forjó el carácter, le dio la mirada viva, interrogante y siempre fascinada. Algo ardía dentro. Intentó aprender el oficio de zapatero mientras tanteaba lo bravo. A los ocho años comenzó a moverse por la zona, granero de ganaderías, orientado de capeas y tentaderos.

Un día en la tapia de la finca Los Monasterios, en Andújar, lanzó el primer aviso de lo que venía. Había tentadero de la ganadería Jacinto Ortega. Palomo Linares esperaba en la tapia. Era su oportunidad de torear algo. El lugar está encerrado por Sierra Morena, un auténtico oasis salvaje de veraguas, precedido por un tortuoso carril, que baja, empotrando la casa en el duro terreno. Palomo Linares se lanzó a una de las vacas, después de torearla tres o cuatro aspirantes más. Era un niño. El ganadero apenas le dejó dar unos muletazos. “Chaval, cuando puedas deja la vaca”, le dijo desde el austero palco de piedra. Ni caso. “Deja la vaca cuando puedas”, insistió el propietario. Él siguió a lo suyo. El ganadero se hartó. “Mira chaval, dejas a la vaca, vas para la puerta y te marchas de aquí”, le dijo. El joven lo miró. “Me llamo Palomo Linares, voy a ser figura del toreo y no voy matar ninguna corrida vuestra”, le espetó, dejando en el aire y a través de los años aquella sentencia. Convertido ya en matador de toros, coincidió en una feria con la ganadería, que lidiaba una novillada. Tenía ya fuerza suficiente. “Si están ellos en la feria, no toreo yo” y cumplió el aviso.

Antes de cobrarse aquella venganza actuó por primera vez en público en Vistalegre, la plaza de toros de Carabanchel. Salió de Linares andando y con 21 pesetas. Durmió ocho días en los soportales de la plaza, se gastó todo el dinero y «comía agua». Era 1964 y debutaba en un certamen de aspirantes, junto muchos jóvenes llegados desde toda España. Antes de tirar la toalla, destacó entre muchísimos. Al año siguiente cortó cuatro orejas en su debut con picadores y tomó la alternativa en Valladolid en 1966, con Jaime Ostos como padrino y Mondeño de testigo, matando dos toros de Salustiano Galache.

Se hizo torero con los Lozano, una de las familias de taurinos más importantes del toreo, encerrado en la finca Alcurrucén. Sólo en mitad de la campiña cordobesa, aislado. Cambió el agua por el pollo. Apoderado por Eduardo Lozano, se enfrentó, junto a El Cordobés, a los empresarios taurinos. Dos hombres que habían salido de la nada se plantaron ante los que manejaban la industria. El quinto califa era su referencia, el objetivo. Las biografías paralelas. Los dos flequillos del toreo. Cómo tuvieron que ser aquellas reuniones de locos del hambre para deshacer el monopolio empresarial. No querían ser toreros a sueldo. Otra época, claro. A aquel órdago se le conoció como la campaña de los guerrilleros y torearon juntos 65 tardes de manera independiente.

Hizo algo único: mató 12 toros en un día en la plaza de Vistalegre, seis por la mañana y seis por la tarde. De nuevo la Chata como muelle para empujarse. Confirmó en Madrid en el 70 y dos años después llegó el gran momento de su carrera. La revolución. Cortó el último rabo concedido en Las Ventas, además de cuatro orejas. Hacía 37 años que no ocurría. Lo logró con Cigarrón, un toro de Atanasio Fernández. Era el décimo matador que lo conseguía en la historia. Y el único que cortaba el mismo año uno aquí y otro en La México. Aquello lo consagró y salió lanzado, tan popular, tan admirado y odiado. Algunos aficionados no podían ni verlo, la crítica lo vapuleó y la discusión de si el rabo era o no justo se ha mantenido en el tiempo. Incluso destituyeron al presidente.

Volvió la palabra chaval. No exactamente. De aquel tentadero al programa Directísimo de José María Íñigo. Paco Camino y él habían acudido para aclarar una polémica surgida entre los dos. Primero habló el matador de Linares, «digo verdades como templos», y después el de Camas, «este mushasho, bueno, chico», refiriéndose a él. Palomo Linares no se contuvo y se sentó de nuevo en la mesa, muy cerca de Camino. «No me llames mushasho», repetía. Tenía aire de Beatle andaluz, descarado, los brazos sobre el respaldo, la chaqueta abierta y una corbata de cuadros. La escena lo define. Ser torero, es, en parte eso: la confianza, el brillo de locura. Como en la plaza. Movía la cabeza para apartarse el flequillo y su actitud era puro punk, enfrentado a Camino, clásico, con los botones cruzados, muy recto. Saltaban los gatos entre ellos y casi se pegan detrás de las cámaras, disuelta la entrevista.