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Venezuela ante el riesgo de un colapso sanitario por el Coronavirus

La revolución bolivariana reaccionó con furia contra el diario The Washington Post, que esta semana editorializó sobre el «pobre y quebrado sistema de salud de Venezuela, excepcionalmente vulnerable al nuevo coronavirus».

«¡Basura, una campaña sucia!», respondió el presidente Nicolás Maduro encolerizado, a pesar de que en 2016 el Parlamento venezolano ya decretó el estado de emergencia en sus hospitales.

El diario estadounidense confirmó lo que todo el mundo sabe, y teme, en Venezuela. Incluso la ONU alertó el año pasado ante la «escasez generalizada de vacunas y tratamientos y el deterioro de las condiciones de los hospitales, dispensarios y maternidades». La peor situación posible cuando la pandemia amenaza a un paciente tan débil. De momento son 70 los casos positivos de Covid-19, aunque ni oposición ni profesionales creen las extrañas estadísticas oficiales.

Más allá de las dudas, los centros de salud del país petrolero, entre los mejores del continente el siglo pasado, simbolizan hoy de forma fiel el derrumbe chavista. Como si un terremoto permanente golpeara sus estructuras todos los días hasta provocar que el 62% de los quirófanos no estén operativos, el 90% de los tomógrafos, resonadores y rayos X no sirvan y el 95% de servicios laboratorios están cerrados o funcionando de forma intermitente. En el 68% de los hospitales no sirven comida. Todas ellas cifras del año pasado, que hoy serán peores.

«Venezuela ya vivió su propia cuarentena. Y ahora esto. Un virus sobre el otro virus. Un exceso del destino. Una sobredosis de fatalidad», se quejó amargamente el escritor Leonardo Padrón, uno de los grandes notarios de la debacle revolucionaria.

En la mayoría de los 46 hospitales «centinela», elegidos para luchar contra la pandemia, no hay agua, electricidad, insumos médicos, equipos de protección y pruebas de detección del Covid-19. Solo existen 80 camas de cuidados intensivos con respiradores.

Nada queda de la «revolución bonita» de Hugo Chávez, mucho menos de la «suprema felicidad» de Maduro. Venezuela se asemeja hoy a un paciente ingresado en cuidados intensivos, con pronóstico muy reservado o crítico: un día falla un órgano, otro día es una bacteria hospitalaria la que arremete contra el enfermo; al siguiente, se corta el suministro eléctrico y falla la planta, mientras los familiares del enfermo buscan agua de forma desesperada.

Tragedia

Los datos recogidos por organizaciones civiles, agrupaciones de médicos y enfermeras y ONG son demoledores, solo quien está dentro de la tragedia puede asimilar tal cúmulo de horrores. Empezando por la mortalidad materna, la infantil y la general, que han aumentado, así como las enfermedades erradicadas hace 25 años, como la difteria.

La malaria, que estaba controlada en Venezuela, supera hoy el medio millón de casos, la mayor cifra del continente. «Todo esto tiene que ver con la vacunación, nuestro porcentaje de cobertura está sólo entre 25% y 35% frente al 98% mundial», resume el diputado José Manuel Olivares.

Una de las advertencias lanzadas por The Washington Post, que tanto irritó a Maduro, es que los países vecinos, que ya estaban precavidos antes la expansión de las enfermedades extendidas en Venezuela, ahora temen una hemorragia de inmigrantes infectados. No es para menos: difteria (casi 2000 casos desde 2016), sarampión (más de 7400 casos desde 2017), tuberculosis y hepatitis conforman una ruleta rusa de la vida, que también afecta a 40.000 pacientes oncológicos, que sufren una escasez de quimioterapia en torno al 80%.

Algo tan evidente y palpable que el oficialismo decidió emplearse a fondo con represión y censura contra médicos, enfermeros, periodistas y organizaciones civiles que se atreven a airear el apocalipsis previo a la pandemia.

«Vemos con preocupación y alarma el manejo judicial de algunos casos, con personas buscadas por organismos de seguridad», advirtió en un comunicado la Sociedad Venezolana de Infectología.

Una campaña que ya provocó la clausura de emisoras por informar sobre la falta de agua y las carencias sanitarias; la detención por incitación al odio del doctor Julio Molino tras denunciar el estado del hospital de Maturín y el cierre del sitio web informativo creado por el Parlamento para informar sobre la pandemia.

«Se trata de privación ilegítima de la libertad», señaló la diputada Delsa Solórzano, que verificó cuatro casos hasta ahora.

La situación es de tal calado que médicos del hospital de San Antonio, en el estado fronterizo de Táchira, reclamaron esta semana la solidaridad de los habitantes del municipio. No se trataba de medicinas ni de tapabocas: necesitaban agua, harina, arroz, huevos y queso.

A una hora de allí, en el Hospital General de San Cristóbal, no tienen barbijos, alcohol, guantes ni agua potable. «Siete de los 15 centros de salud de Caracas no cuentan con cloro para el aseo y varios deben ligar este producto con abundante agua para limpiar. En 12 de 15 cetros cerraron la semana sin desinfectante para la higiene.

Solo cuatro de 15 centros asistenciales contaban con jabón», denunció Mauro Zambrano, dirigente sindical de hospitales y clínicas de la capital, quien realiza monitoreos constantes de la situación en medio de la pandemia.