Ciencia y Tecnología Nacional

Alerta en Colombia: Contaminación por plásticos no se queda en mares y ríos, sino que avanza silenciosamente por la cadena alimentaria

–Diversas investigaciones adelantadas en el país, varias de ellas desde la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), vienen mostrando que la contaminación por plásticos no se queda en mares y ríos, sino que avanza silenciosamente por la cadena alimentaria. En Manizales, un análisis de 59 muestras de vísceras de res, cerdo y pollo confirmó la presencia de microplásticos en órganos de consumo habitual como corazón, hígado, pulmón y riñón, un hallazgo que refuerza la necesidad de ampliar los estudios sobre cómo estas partículas circulan en los alimentos que llegan a la mesa.

Uno de los primeros aportes de la UNAL a este tema se documentó en 2021, cuando se confirmó la presencia de microplásticos en las heces del caracol pala (Lobatus gigas), una especie emblemática de la gastronomía del Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. En ese estudio se identificaron fragmentos plásticos de menos de 5 milímetros.

Otro hallazgo se ubica en el Pacífico colombiano, donde, entre 2020 y 2021, se analizaron 1.652 muestras de estómago de peces y detectaron microplásticos en el 18 % de los bagres de Buenaventura y en el 26 % de los de Tumaco, así como en el 7 % de las corvinas de ambas bahías.

La evidencia también se ha extendido a tejidos humanos. En 2024, un estudio desarrollado en la UNAL Sede Manizales identificó fragmentos de plástico microscópicos en placentas de madres caldenses, a partir de muestras recolectadas durante partos atendidos en el Hospital Universitario de Caldas. El hallazgo mostró que estas partículas pueden atravesar barreras biológicas y estar presentes desde etapas tempranas de la vida, abriendo nuevas líneas de investigación sobre su posible impacto en la salud materno-fetal.

Los microplásticos son fragmentos de plástico de tamaño inferior a 5 milímetros, imperceptibles al ojo humano, que se originan por la fragmentación de bolsas, envases, empaques y otros productos plásticos expuestos a la radiación solar, el oleaje y el desgaste mecánico —es decir, el rompimiento progresivo por roce, fricción o movimiento repetido—.

Según explica la bióloga Alicia Rodríguez Alcárcel, estas partículas pueden ser ingeridas por peces, moluscos y otros animales destinados al consumo humano, y se han asociado en estudios científicos con alteraciones fisiológicas, reproductivas y comportamentales. Además, pueden transportar sustancias químicas presentes en los plásticos, algunas de ellas con potencial efecto cancerígeno o neurotóxico.

En ese contexto de evidencia acumulada se inscribe el estudio desarrollado por Wendy Marcela Mendieta Dilbert, estudiante de Ingeniería Física de la UNAL Sede Manizales, uno de los primeros análisis realizados en el país sobre la presencia de microplásticos en animales terrestres.

En el caso de animales terrestres como vacas y cerdos, la literatura científica ha señalado que estas partículas pueden ingresar al organismo principalmente a través del forraje y del agua que consumen. Plásticos de uso agrícola —como películas para acolchado de cultivos o envoltorios de ensilaje— pueden degradarse en el suelo y mezclarse con el pasto y el heno, a lo que se suma la deposición atmosférica de partículas transportadas por el viento o la lluvia, así como el riego con aguas residuales tratadas.

Cómo se hizo el estudio y qué encontró
Para el análisis se recolectaron 59 muestras de vísceras de res, cerdo y pollo en distintos puntos del área metropolitana de Manizales, con el fin de obtener un panorama representativo de los productos que llegan al consumo cotidiano.

Las muestras se agruparon según sus características biológicas y funcionales, lo que permitió comparar órganos con alta vascularización sanguínea —como corazón, pulmón, hígado y riñón— con otros de mayor contenido graso, como estómago e intestino.

Los resultados mostraron diferencias claras entre ambos grupos. En los órganos con mayor circulación sanguínea se detectaron microplásticos en 38 de las 39 muestras analizadas, mientras que en los órganos con mayor contenido graso la presencia fue cercana al 40 %.

Para la investigadora Mendieta, “esta diferencia sugiere que el torrente sanguíneo podría desempeñar un papel clave en la distribución interna de estas partículas dentro del organismo animal”, una hipótesis que dialoga con hallazgos previos reportados en peces y tejidos humanos.

El análisis permitió identificar polímeros como polipropileno, polietileno y poliestireno, materiales ampliamente utilizados en empaques y envases de alimentos, lo que refuerza la relación entre el uso extendido de plásticos y su presencia en la cadena alimentaria.

Para asegurar que los resultados no estuvieran influenciados por contaminación ajena al alimento analizado, el estudio se desarrolló bajo un protocolo libre de plásticos. Esto incluyó el uso de guantes de nitrilo, laboratorios cerrados y la cobertura de materiales con aluminio durante el procesamiento de las muestras.

Las vísceras se sometieron a un proceso de digestión química con hidróxido de potasio, una técnica que elimina la materia orgánica —carne y grasa— sin afectar los fragmentos plásticos. Además, la investigadora adaptó el protocolo para reducir el tiempo de procesamiento a 72 horas, lo que permitió analizar un mayor número de muestras sin comprometer la calidad del análisis.

“El laboratorio cuenta con microscopios y equipos de espectroscopia que permiten identificar las propiedades químicas de los microplásticos, proporcionando información crucial para el desarrollo de la investigación”, destaca la directora del proyecto, Elisabeth Restrepo Parra, profesora de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UNAL Sede Manizales.

De manera paralela a este tipo de estudios, se vienen desarrollando herramientas tecnológicas para fortalecer la detección de microplásticos en el país. Entre ellas, proyectos que integran inteligencia artificial para identificar y clasificar estas partículas en muestras de agua, una estrategia que permite optimizar los tiempos de análisis y aumentar la precisión en la identificación de polímeros que, mediante métodos convencionales, resultan difíciles de rastrear.

Este enfoque busca ampliar la capacidad de monitoreo de los microplásticos en distintos ambientes y aportar información clave para entender sus rutas de entrada y circulación en la cadena alimentaria.

Lejos de promover el cese del consumo de estos alimentos, el estudio aporta evidencia para comprender mejor una forma de contaminación que suele pasar inadvertida. Las investigadoras advierten que sus resultados apuntan a la necesidad de fortalecer la vigilancia sobre estas partículas en alimentos de consumo diario y de ampliar los estudios que permitan evaluar sus posibles efectos a largo plazo en la salud humana, con miras a respaldar decisiones informadas en salud pública y seguridad alimentaria.

El estudio también plantea recomendaciones prácticas para reducir la exposición adicional durante la preparación de alimentos en el hogar. Entre ellas, limitar el uso de utensilios y recipientes plásticos, especialmente cuando se cocinan o manipulan alimentos a altas temperaturas, ya que el calor y la fricción pueden favorecer la liberación de micropartículas. En su lugar, se sugiere optar por materiales como madera o metal.

La investigación contó con el acompañamiento del profesor Juan Carlos Riaño Rojas, de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, y de María Valentina Suárez León, estudiante de Maestría en Ciencias-Física, quienes aportaron al diseño del muestreo representativo. (Información Agencia de Noticias UNAL).

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