Artunduaga: de sal y de dulce

Hernán Peláez Restrepo

Hace 7 años (los primeros días de mayo) me retiré de Caracol y del programa “La Luciérnaga”, por presiones directas del entonces Presidente de la República Andrés Pastrana.

La ofensiva del mediocre mandatario (los peores y los más torpes son los más rudos contra la prensa y los más susceptibles a la crítica) había puesto al Grupo Santo Domingo contra la pared: o me retiraban o no eran aprobados algunos grandes negocios.

Era –lo dije en su momento- un gato poderoso persiguiendo a un ratón. Y renuncié, tras comprobar que la consigna era peor: sacarme del país.

Este episodio, que alguna vez contaré con más detalles, me sirvió para conocer en una mayor dimensión por la rutina de nuestro trabajo de 10 años, a Hernán Peláez Restrepo.

Peláez no es solamente el maestro de la radio y el periodismo que el país escucha a diario (en mi opinión es el segundo más grande, después de Yamit Amad) sino que tiene el carácter, la independencia y el coraje que difícilmente pueden conseguirse –simultáneamente- en un ser humano, por estos tiempos en que es común denominador plegarse, acomodarse, buscar la conveniencia personal.

Hernán corroboró mis denuncias sobre persecución y se retiró de la Luciérnaga, por más de un año, mientras terminaba la administración Pastrana. Y cumplió. Volvió a las 5 de la tarde, de ese día en que se despidió el personajillo, tan funesto para la vida del país.

Estuve en casa de Peláez, con mis hijos Catalina, Vanesa y Andrés. Le llevé un obsequio-símbolo (una preciosa máquina de escribir del siglo pasado) y le dije a los míos que no había encontrado (en mi medio siglo de vida) un hombre capaz de semejante hazaña.

Hoy lo recuerdo con mucho cariño y con enorme admiración, por sus calidades profesionales. Por su don de gentes. Por constituirse en un raro espécimen de una especie en extinción: las personas que asumen posiciones. Y son capaces de afrontar sus costos.

Nunca podré pagarle – con nada – su decisión, sin aspavientos, sin sacarle provecho, sin pedir contraprestación alguna. ¡Así es Peláez!

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