Bogotá

Así se pierde el equilibrio en la Bogotá Turística que inauguró Mundo Aventura

Al comienzo, todo es normal. Usted entra a la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, no la de la Candelaria, sino a la réplica que se hizo de ella para ‘Bogotá Turística’, la nueva atracción de Mundo Aventura.

La Iglesia queda entre las fachadas de la estación del ferrocarril, las réplicas de Guadalupe y Monserrate, al frente de La Rebeca, y muy cerca de la montaña rusa totalmente a oscuras, única en Latinoamérica, inaugurada esta semana en el parque temático.

En la entrada de la iglesia lo recibe un monje muy joven, con mucha seriedad pero con gran amabilidad. Lo invita a pasar y usted se ve caminando, entonces, por el jardín. Allí empieza a darse cuenta de que algo raro está sucediendo en aquella iglesia, y sabe que, para su fortuna, o infortunio, está a punto de vivir algo para lo cual aún no está preparado.

Es cuando el monje le cuenta que a su izquierda puede observar la tumba de la madre del monje que vivió allí y que un poco más allá están otros muertos de los cuales poco se habla.

Lo invita entonces a pasar a la primera habitación. Y apenas usted da un paso, ¡suaz!!!!’, se va para un lado y para el otro, sin nada de equilibrio, y no tiene más remedio que cogerse rápidamente de una baranda desde donde mira desconcertado a aquel monje que no pierde su compostura y sigue relatándole la historia de los otros monjes que vivieron allí.

Desde ese momento no hay más remedio que continuar la excursión agarrado de las barandas y de los marcos, tratando siempre de no dejarse caer.

Cuando llega al solar, el monje le explica que allá iban ‘a echar chisme’ las cuidanderas de lo que una vez fue un sitio de recogimiento de sacerdotes y en otras, refugio de militares en una de las tantas guerras.

Y como allí todo ha de ser extraño, el guía riega un poco de agua en unas canales y…. ¿que? ¿El agua no baja sino que sube? Sí señor… El agua sube por las canales.

Y aún sin encontrar la respuesta para ello, usted llega al comedor. El guía le cuenta que a los monjes les gustaba mucho el vino y que en medio de su embriaguez observaban la escoba y la imaginaban como a toda una dama. Mientras dice esto, el monje guía ya está subido sobre la mesa. “Escobina escobina, es escobina de mi amor. Flaquita, dulce y bella, párate por favor”, dice rápidamente, con la escoba en la mano. La suelta y esta se queda allí, parada, sin que nadie la toque, en medio del absoluto misterio.

Usted no ha acabado de descifrar qué es lo que está pasando cuando ya ha llegado, agarrado de las barandas, para no perder el equilibrio, a lo que denominan la biblioteca y enfermería. En una esquina hay una ilustración de un esqueleto y el monje explica que se trata de un monje que llegó allí a curarse de una gripa y nunca se recuperó.

El monje invita aquí a una mujer a ingresar a la biblioteca. Lo puede hacer agarrándose de donde pueda para no caerse. Luego la invita a sentarse en una silla que está colocada sobre una cornisa, con dos patas en ella y las otras dos al aire. Él es muy atento y le tiene la silla a la señorita. Pero de un momento a otro la suelta. Y cuando uno ha creído que se vino abajo, la silla se queda estática, soportando el peso de la chica que no habrá de pasar el susto por unas cuantas horas.

¿Cómo lo hace?, pregunta uno. ‘Somos los monjes, con poderes, belleza y un perfil griego que mata’, responde el guía, acariciando su mejilla con una mano y mostrándola al público como retándolo a ver si aparece uno con perfil más griego que él.

Usted sale de allí asustado o riéndose del susto de la chica y sigue agarrado de las barandas para no caerse, hasta que llega a una habitación en la que hay dos camas separadas por un baúl. Aquí el turno es para los hombres.

El monje explica que allí llegó Tomás Cipriano de Mosquera y estuvo encerrado en la habitación con un general. Como se aburrían tanto, se ponían a hacer competencias de abdominales. Y reta a los hombres a ver quién quiere hacerlo. Siempre hay voluntarios. Uno de ellos debe hacer las abdominales boca abajo en una cama y el otro, boca arriba, en la otra.

Cuando van a empezar…. cuando van a empezar… ¿Por qué ninguno de los dos comienza? No hay embrujos. Hay algo más que no los deja levantar. Y es la misma razón por la que en aquella edificación, las cosas no bajan, sino que suben.

El monje se pone serio porque no se pudieron levantar ni una sola vez. Y decide castigar a los dos hombres. Los hace sentar en el baúl, saca una bola de bolos pesada y la mete entre un hueco, detrás de una de las camas. Y la bola sube, sube y sube. Él va anticipando por dónde va a coger mientras dice “toca castigarlos con Rodolina, la única bolita espicha cabezas”. Y es cuando los dos hombres se dan cuenta de que les va a caer justo en sus cabezas y se lanzan de allí a buscar refugio, incluso debajo de las camas, narra el monje. Pero la que cae no es la bola de boliche sino una desvencijada bola hecha de caucho. “Entra la Rodolina y cae la bobolina”, dice el guía.

Es la hora de “arrastrarse” cogido de las barandas, hacia el taller de los monjes. Y el guía explica que allí los estudiantes son tan mañosos que hicieron la mesa de billar al revés. Las bolas no bajan sobre la mesa inclinada, sino que suben y se quedan justo en los huecos por donde deberían entrar.

Se acabó la atracción y el monje, que es Germán Velásquez, un joven de 19 años que en realidad estudia Teología, lleva a los visitantes hacia el exterior, en donde usted empieza a retomar el equilibrio, pero aún así se va caminando casi que en zig zag, ante la mirada sonriente y un tanto burlona de los otros guías que con solo mirarlo ya saben que usted entró en la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, cuyo interior se hizo inclinado 20 grados, razón por la cual allí todo sube y nada baja.