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Planetas Matusalén habrían albergado vida hace más de 12 mil millones de años

El descubrimiento de planetas formados en las primeras etapas del universo hace reflexionar sobre la posibilidad de que la vida haya tenido una gran cantidad de tiempo para evolucionar, probablemente dando lugar al desarrollo de vida inteligente más avanzada de lo que podemos imaginar.

El reciente descubrimiento radioastronómico de dos planetas extrasolares orbitando una estrella a 12 mil años de luz de la Tierra formada en los primeros de años del universo estremece el marco de la exobiología.

Estos planetas han sido llamados Matusalén o Génesis por su extrema longevidad, habiendo nacido hace 12.4 mil millones (se calcula que el universo tiene 13.7 mil millones de años). Y aunque la composición de estos exoplanetas –de metales ligeros– no parece ser precisamente la misma con la que la vida se ha desarrollado en la Tierra, de cualquier forma sugiere la posibilidad de que la vida haya tenido una enorme cantidad de tiempo para evolucionar.

Los astrónomos hace algunos años no creían que se hubieran formado planetas en estrellas tan antiguas dentro de cúmulos de galaxias globulares. Pero el descubrimiento de estos planetas en la constelación de Escorpio, probablemente remanentes de una galaxia previa que fue canibalizada en la Vía Láctea, ha cambiado el paradigma de la exploración de vida extraterrestre. Asimismo, el año pasado se descubrió la presencia de carbono en una antigua galaxia, lo cual aumenta, bajo nuestra concepción de la biología, la poosibilidad de que la vida haya evolucionado en los albores del universo.

Podemos pensar que muy posible que una civilización tan antigua pudo haberse destruido, sin embargo, entre los millones de planetas ancestrales que deben de existir por simple probabilidad estadística, es también muy posible que al menos alguna civilización haya logrado escapar la muerte evolucionando a un nivel de conciencia sumanente elevado, similar a lo que conocemos como la divinidad. El libro sagrado hinduista Rig Veda dice que los dioses no siempre fueron dioses sino que lograron la inmortalidad y esa cualidad divina a través de una mítica bebida, el Soma. ¿Tal vez la evolución, a fin de cuentas, no sea más que la trayectoria entre el génesis de la materia y de la vida hacia la divinidad, posiblemente un arco?

Y es que la longevidad, una duración temporal tan amplia, es justamente lo que permite obtener una conciencia superior. Nosotros lo vivimos: nuestra relativamente poca conciencia está determinada en gran medida por el hecho de que morimos pronto y no podemos acceder a un nivel de experiencia que otorga una sabiduría más allá de la impermanencia y los constantes cambios. Nuestra vida es un parpadeo en la faz de la Tierra. Si tuviermos conciencia –y memoria continua– de eones, de ciclos planetarios y hasta galácticos, seguramente tendríamos una visión cósmica mucho más desarrollada y con ello se suscitarían cambios en nuestro organismo –podríamos operar a voluntad sobre nuestra mente y nuestro cuerpo y penetrar en los secretos del universo. Es plausible que se desarrollaría entonces un interés por crear y guíar nuevos mundos –puesto que el mundo propio habría llegado a una especie de homeostasis, de resolano en la cuasi-eternidad.

Así pues regresamos a la popular teoría de los Antiguos Astronautas, el tema de la película 2001: Una Odisea en el Espacio y de la nueva cinta de Ridley Scott, Prometheus. Y aunque esto en un principio suena como una desforada propuesta de ciencia ficción, incluso un riguroso marco racional admite prolijamante este argumento. El cual podemos cotejar con la versión reduccionista de que no debe de existir vida inteligente en el universo porque, de existir, ya nos habría contactado o habríamos detectado alguna transmisión. ¿Acaso no es más lógico pensar que una raza extraterrestre más avanzada pasaría desapercibida para nosostros, de la misma forma que una anémona o una bacteria no tienen conocimiento de la existencia del hombre? O como dijo H.G. Wells “tal vez son vastos, fríos e indiferentes”.

En una rara entrevista sobre el tema de su película: 2001: Una Odisa en el Espacio, Kubrick explica:

Piensa en un tipo de vida que haya evolucionado en uno de esos planetas por cientos de miles de años, y piensa, también, que tipo de avances tecnológicos relativamente grandes ha hecho el hombre en 6 mil años de civilización registrada -un periodo que es menos que un solo grano de arena en un reloj cósmico de arena. Al tiempo que los ancestros distantes del hombre empezaron a salir del mar primordial, ya deben de haber existido civilizaciones en el universo envíando sus astronaves a explorar las regiones más lejanas del cosmos y conquistando los secretos de la naturaleza. Tales inteligencias cósmicas, creciendo en conocimiento por eones, estarían tan distantes del hombre como nosotros estamos de las hormigas. Podrían estar en comunicación telepática instantánea a lo largo del universo, podrían haber logrado la maestría total sobre la materia y de esta forma se podrían transportar instantáneamente a través de billones de años luz de espacio; en su última fase podrían abandonar la forma física y existir como una consciencia incorpórea inmortal en todo el universo.

Una vez que empiezas a discutir las posibilidades, te das cuenta que las implicaciones religiosas son inevitables, porque todos los atributos esenciales de tales inteligencias extraterrestres son atributos que le damos a Dios. Con lo que en realidad estamos tratando aquí es con la definición científica de Dios. Y si estos seres de inteligencia pura alguna vez intervinieron con los asuntos del hombre, sus poderes estarían tan lejanos a nuestro entendimiento. ¿Como verá una hormiga el pie que aplasta su hormiguero–cómo la acción de un ser en una escala evolutiva superior? ¿O cómo la divina y terrible intercesión de Dios?.

Jugando con la frase de Arthur C. Clarke, “una tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”, podemos decir una civilización extraterrestre suficientemente avanzada sería indistinguible de la divinidad. Al menos en la medida que el hombre no adquiere una conciencia similar a esa civilización extraterrestre, en lo que no despierta a su propia divinidad. Podemos conjeturar que una conciencia superior (que a la vez puede ser múltiple e inmaterial) podría estar afectando el curso de nuestra propia evolución, desde alimentándose de nostros hasta proveyendo una matriz de realidad diseñada para ponernos a prueba en un juego cósmico cuyo destino entredicho es convertirno en ellos, en los dioses de la antigüedad. Y así continuar con el ciclo evolutivo de crear nuevos mundos.

Con información de Pijamasurf

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