La Crónica Radio Santa Fé

Las religiones destruyen el potencial de rebelión en los seres humanos

Por: Jorge Consuegra
Para meditar…con Osho*

Todas las religiones destruyen el potencial de rebelión en los seres humanos. Es obvio, porque enseñar a rebelarse consiste en enseñar a las personas a oponerse a la tradición, las convencio¬nes, la sociedad, la religión. Todos ésos son intereses creados. La rebelión tiene que ser aplastada completamente. Pero en el ins¬tante en que el espíritu de rebelión muere en una persona, ésta vive una existencia inerte, porque el espíritu de rebelión es el ver-dadero espíritu.

Las religiones han enseñado exactamente lo contrario.
Enseñan a creer.
Yo te enseñaré a dudar.
Enseñan a tener fe.
Yo te enseñaré a indagar.

Te dan todo digerido, pero te digo que no te servirá de nada si no lo obtienes con tu propio esfuerzo. Un Dios que te dan en la mano no vale nada.

Unas escrituras sagradas que vienen de la tradición y sólo se repiten como loro son suicidas. Con ellas te estás envenenando porque cuanto más sepas, menor es la posibilidad de que bus¬ques, indagues y encuentres.

Cuando te haces a la tonta idea de que ya sabes, no surge la necesidad de investigar. La necesidad de investigar surge sólo cuando sientes que no sabes nada. Pero ninguna religión te dice que no sabes nada, sino que te inculca conocimientos, catecis¬mos, doctrinas y dogmas por la fuerza. Llenan tu mente con toda clase de palabras vacías. Una palabra siempre está vacía si no con¬tiene tu experiencia.

Mi palabra no puede ser un alimento para ti. Estará vacía, pues sólo es el recipiente. ¿Cuál es el contenido? No hay manera de comunicar el contenido. Puedo transmitirte el contenedor, la palabra, pero ¿cómo te transmito mi experiencia, que siempre queda atrás? Recibes la palabra y veo en tus manos una palabra vacía y muerta, pues lo que quise expresar, comunicar, transferir se quedó, nunca abandonó mi ser.
Por eso la verdad es inexpresable.

Sólo los tontos insisten en hablar de la verdad.
Esos tontos creen que lo que dicen es la verdad, pero sólo dicen bla-bla-blá y nada más. Son charlatanes, y creen que trans¬miten algo porque no tienen nada más que la palabra. Por eso creen que transmitieron algo. Pero el hombre que sabe no cree que sea posible comunicar la verdad. Sí: puede inspirarte para que indagues, pero no puede transmitirte la verdad como tal.

Así pues, lo primero es el espíritu de rebelión, que implica duda, escepticismo, búsqueda. Y éste requiere mucho valor, por¬que estarás en contra de todos los que detentan el poder: los políticos, los sacerdotes, los más ricos, los pedagogos de las uni¬versidades. Los que ocupan las posiciones de poder.

Tu esfuerzo por indagar es una declaración contra ellos, que dicen: «Jesucristo encontró la verdad; no tienes de qué preocu¬parte. Basta con que creas en Jesucristo». Pero eso es tan tonto como decir: «Albert Einstein descubrió la teoría de la relatividad. No te preocupes por la teoría de la relatividad; basta con que ten¬gas fe en Albert Einstein y todo estará bien». ¿Crees que teniendo fe en Albert Einstein vas a entender de qué trata la teoría de la relatividad? ¿Qué tiene que ver tu fe en Albert Einstein con la teo¬ría de la relatividad? No guardan ninguna relación.

Pasa lo mismo con Krishna, Zaratustra, Buda, Mahoma, Jesús. Con sólo tener fe en Jesús, es imposible que sepas lo que él sabía. Para empezar, ¿cómo sabes que sabía? En segundo lugar, ¿cómo puedes anular el escepticismo que te acompaña desde tu naci¬miento? La fe se aprende.
La duda es tu habilidad natural.

La existencia te da la cualidad de dudar y los intereses crea¬dos destruyen esa cualidad y la cubren de convicciones. Las con¬vicciones los favorecen a ellos, no a ti.

Hay algo de locura en esto, porque estoy hablando en contra de mi propia profesión, pero no puedo evitarlo. Podría haberme convertido en un maestro de talla mundial, con millones de segui¬dores, de no haber sido tan loco como para ponerme a decirte la verdad. Y la verdad es que los intereses creados están contra ti: contra tu individualidad, contra tu naturaleza, contra tu poten¬cialidad.

Uno
El arte de la libertad
Osho, siempre que pienso en la libertad estoy, o bien tratando de escapar de algo que no me gusta, o bien anhelando algo que no tengo. ¿Podrías, por favor, hablar de las amplias implicacio¬nes de la libertad?
La «libertad de» es común, mundana. El hombre siempre ha tra¬tado de ser libre de cosas. Eso no es creativo; por el contrario, es el aspecto negativo de la libertad. La «libertad para» es creativi¬dad. Tú tienes cierta visión que te gustaría materializar y quieres la libertad para hacerlo.

La «libertad de» proviene siempre del pasado, y la «libertad para» siempre es a futuro.

La «libertad para» tiene una dimensión espiritual porque te mueves hacia lo desconocido, y quizá, un día, hacia lo que no se puede conocer. Eso te dará alas. «La libertad de», cuando mucho, puede quitar las ataduras de tus manos. No necesariamente es benéfica, y la historia entera es prueba de ello. Las personas nunca han pensado en la segunda libertad en la cual estoy insistiendo; únicamente han pensado en la primera, porque no tienen la per¬cepción para ver la segunda. La primera es visible: cadenas en sus pies, ataduras en sus manos. Quieren ser libres de ellas, pero ¿y luego? ¿Qué vas a hacer con tus manos? Podrías incluso arrepen¬tirte de haber pedido la «libertad de».

Sucedió en La Bastilla, en la Revolución francesa; era la pri¬sión francesa más famosa y estaba reservada sólo a aquellos que habían sido sentenciados a vivir encarcelados el resto de su vida. Así que uno entraba con vida en La Bastilla, pero jamás salía vivo; de ahí sólo salían cadáveres. Y cuando les ponían las ataduras, las cadenas, los encerraban y tiraban las llaves, porque ya no se nece¬sitaban. Esos cerrojos no se volverían a abrir, así que, ¿para qué las querrían? Ahí había más de cinco mil personas; ¿qué sentido tenía guardar las llaves de cinco mil personas y conservarlas innece-

sariamente? Una vez que ingresaban en sus oscuras celdas, per¬manecían ahí para siempre.

Los revolucionarios franceses pensaron, naturalmente, que lo primero que había que hacer era liberar a la gente de La Bastilla. Es inhumano poner a alguien, encerrarlo en la prisión, sea cual sea la razón, en una celda oscura para que espere ahí la muerte, la cual podría sobrevenirle cincuenta o sesenta años más tarde. Sesenta años de espera es una inmensa tortura para el alma. No es un cas¬tigo, es una venganza, es un desquite porque esa gente desobe¬deció la ley. No hay correspondencia entre sus actos y el castigo.
Los revolucionarios abrieron las puertas, sacaron a rastras a las personas de sus celdas oscuras. Y se sorprendieron: aquellas personas no estaban listas para abandonar sus celdas.

Tú puedes entenderlo: para una persona que ha vivido durante sesenta años en la oscuridad, el sol es intolerable. No quiere salir a la luz, sus ojos se han vuelto demasiado delicados. ¿Y qué sentido tiene? Ahora tiene ochenta años; cuando entró tenía veinte. Ha pasado toda su vida en la oscuridad. Esa oscuridad se ha vuelto su hogar.

Los revolucionarios querían liberar a los prisioneros. Rom-pieron sus cadenas, sus ataduras, porque no había llaves. Pero los prisioneros se resistieron mucho. No querían salir de la pri¬sión. Decían: «Ustedes no entienden nuestra situación. Un hombre que ha estado sesenta años en esta posición, ¿qué hará afuera? ¿Quién le dará de comer? Aquí recibe comida y puede des¬cansar en su tranquila celda oscura. Él sabe que está casi muerto. Afuera no será capaz de encontrar a su esposa o averiguar qué ha sido de ella; sus padres habrán muerto, sus amigos habrán muerto o quizá lo han olvidado por completo».

«Y nadie le dará trabajo. A un hombre que ha estado sin traba¬jar durante sesenta años, ¿quién le dará empleo? No sólo eso: éste es un hombre de La Bastilla, donde se mantenía encerrados a los criminales más peligrosos; el solo nombre de La Bastilla bastaría para que lo rechazaran en cualquier trabajo. ¿Por qué nos están obligando? ¿Dónde vamos a dormir? Nosotros no tenemos casa. Casi hemos olvidado dónde solíamos vivir, y ahora otra persona debe estar viviendo ahí. Nuestras casas, nuestras familias, nues¬tros amigos, nuestro mundo entero ha cambiado demasiado en sesenta años; no seremos capaces de cambiar también. No nos torturen más. Ya nos han torturado bastante». Lo que decían era sensato.

Pero los revolucionarios son gente obstinada; no los escucha¬ban. Los sacaron de La Bastilla por la fuerza; y casi todos regre¬saron aquella noche. Dijeron: «Dennos comida, porque tenemos hambre». Unos cuantos vinieron en medio de la noche y dije¬ron: «Devuélvannos nuestras cadenas, porque no podemos dor¬mir sin ellas. Hemos dormido durante cincuenta o sesenta años con ataduras, con las piernas encadenadas, en tinieblas. Se han vuelto casi parte de nuestro cuerpo; no podemos dormir sin ellas.

Devuélvannos nuestras cadenas; y queremos nuestras cel¬das. Estábamos perfectamente felices. No nos impongan su revo¬lución. Somos gente pobre. Ustedes pueden hacer su revolución en otra parte».

Los revolucionarios estaban atónitos, pero el incidente demues¬tra que la «libertad de» no necesariamente es una bendición.

Puedes verlo en todo el mundo: países que se han liberado del imperio británico, del imperio español, del imperio portugués, pero cuya situación es mucho peor ahora que cuando eran escla¬vos. Al menos se habían acostumbrado a su esclavitud, habían abandonado sus ambiciones, habían aceptado esa situación como su destino. La liberación de la esclavitud simplemente crea caos.

Mi familia entera estuvo involucrada en la lucha por la liber¬tad en India. Todos han estado en la cárcel. Su educación se vio interrumpida. Nadie pudo graduarse en la universidad porque antes de que pudieran presentar el examen fueron aprehendi¬dos, y algunos fueron enviados a prisión por tres años; hubo quien pasó cuatro años en la cárcel. Y luego ya fue demasiado tarde para comenzar de nuevo, y se volvieron revolucionarios bona fide, de buena fe. En la cárcel estuvieron en contacto con todos los líderes de la revolución; luego consagraron su vida entera a la revolución.

Yo era pequeño, pero solía discutir con mi padre, con mis tíos: «Comprendo que la esclavitud es fea, que te deshumaniza, te humilla, te degrada del prestigio de ser un ser humano; se debe luchar contra ella. Pero lo que yo planteo es: ¿qué harán cuando sean libres? La «libertad de» está clara, y no estoy en contra de ella. Lo que yo quiero saber y entender con claridad es qué van a hacer con su libertad».
«Ustedes saben cómo vivir en la esclavitud. ¿Saben cómo vivir en libertad? Ustedes saben que en la esclavitud se tiene que pre¬servar un orden determinado; de otra manera serán aplastados, asesinados, acribillados».

«¿Saben que en libertad será su responsabilidad mantener el orden? Nadie los matará y nadie más será responsable de ello; ustedes tienen que ser responsables de ello. ¿Le han preguntado a sus líderes para qué es esta libertad?».

Nunca me respondieron. Dijeron: «Ahora mismo estamos muy involucrados en deshacernos de la esclavitud; nos encarga¬remos de la libertad más adelante».

Yo dije: «Esa no es una actitud científica. Si estás demoliendo la antigua casa y eres suficientemente inteligente, deberías por lo menos preparar un plano de la nueva casa. Lo mejor sería que hicieras la casa nueva antes de demoler la vieja. De otra manera te quedarás sin casa y entonces sufrirás, porque es mejor estar en la casa vieja que estar sin casa». Los grandes líderes de la revolu¬ción india acostumbraban a quedarse con mi familia, y esta era mi discusión constante con ellos. No encontré un solo líder de la revolución india que tuviera la respuesta acerca de lo que iban a hacer con la libertad.

Llegó la libertad. Millones de hindúes y musulmanes se mata¬ron entre sí. El ejército británico había estado impidiendo que se mataran unos a otros; al eliminarlo, hubo disturbios por toda la India. La vida de todos estaba en peligro. Pueblos enteros ardían, trenes enteros ardían y a la gente no se le permitía salir de los trenes.

Yo dije: «Qué raro. Esto no sucedía con la esclavitud, pero está sucediendo con la libertad, y la sencilla razón es que ustedes no estaban preparados para la libertad».

El país estaba dividido en dos partes —nunca se habían puesto a pensar en ello— y en todo el país había caos. Y la gente que asumió el poder tenía una cierta habilidad, y dicha habilidad era quemar los puentes, quemar las cárceles y matar a la gente que estaba esclavizando al país. Esta habilidad no tiene nada que ver con construir una nueva nación. Pero estos eran los líde¬res de la revolución; naturalmente, asumieron el poder. Habían peleado, habían ganado y el poder llegó a sus manos. Y eran las manos equivocadas.
A ningún revolucionario se le debería dar el poder, porque sabe sabotear, pero no sabe crear; sólo sabe destruir. Debería ser honrado, respetado, se le debería dar medallas de oro y todo eso, pero no darle el poder. Ustedes tendrán que hallar personas que puedan ser creativas, pero será gente que no habrá participado en la revolución.

Es un asunto muy delicado.
Debido a que las personas creativas estaban ocupadas con su creatividad, no les interesaba quién gobernaba. Alguien debía mandar, pero no les importaba que fueran los británicos o los indios. Ellos estaban ocupados en emplear toda su energía en el trabajo creativo, así que no se unían a las filas revolucionarias. Los revolucionarios no les permitirían hacerse cargo del poder. De hecho, son los renegados. Esa es la gente que nunca participó en la revolución, ¿y le vas a dar el poder?

Así que hasta ahora todas las revoluciones del mundo han fracasado, y ha sido por la sencilla razón de que las personas que hacen la revolución tienen un tipo de habilidad, y las personas que pueden construir una nación, crear una nación, generar res¬ponsabilidad en la gente, pertenecen a otro grupo. Ellos no parti¬cipan en la destrucción ni en el asesinato, pero no pueden llegar al poder. El poder va a recaer en las manos de aquellos que han estado peleando. Así que, naturalmente, toda revolución está des¬tinada intrínsecamente a fracasar.

A no ser que lo que estoy diciendo se entienda claramente… Hay dos partes en la revolución: de y para. Y debería haber dos clases de revolucionarios; aquellos que están trabajando por la primera, es decir, por la «libertad de», y aquellos que se harán cargo cuando el trabajo de los primeros haya concluido, por la «libertad para».

Pero es difícil de manejar. ¿Quién lo va a hacer? Todo el mundo tiene muchas ansias de poder. Cuando los revoluciona¬rios resultan victoriosos, el poder es suyo; no pueden dárselo a nadie más. Y el país quedará en el caos. Irá cayendo cada vez más bajo, en todos los aspectos.

Por eso yo no te enseño la revolución; yo te enseño la rebe¬lión. La revolución es para la multitud; la rebelión es para el indi¬viduo.

El individuo se cambia a sí mismo. No le interesa la estructura del poder; él simplemente se las arregla para cambiar su ser, da a luz a un nuevo hombre en sí mismo. Y si el país entero se rebela… Lo más maravilloso de esto es que en la rebelión pueden parti¬cipar ambas clases de revolucionarios, porque en la rebelión se requiere destruir mucho y se requiere crear mucho. Las cosas se tienen que destruir a fin de poder crear, así que tiene un atractivo para ambos: para aquellos que están interesados en la destruc¬ción, y aquellos que están interesados en la creatividad.

No es un fenómeno de masas. Es tu propia individualidad. Y si millones de personas se rebelan, entonces el poder de los paí¬ses, de las naciones, va a quedar en manos de esas personas: los rebeldes.
Sólo mediante la rebelión puede tener éxito una revolución; de lo contrario, la revolución tiene una personalidad dividida. La rebelión es una, es individual.

Y cuando digo que en lugar de ir a la revolución se rebelen, los estoy acercando más a un todo. En la revolución estás destinado a ser dividido, ya sea de algo o por algo. No puedes tener ambas partes a la vez, porque necesitan habilidades distintas.

Pero en la rebelión ambas cualidades se combinan.

Cuando un escultor hace una estatua, está haciendo ambas; está cortando la piedra, destruyendo la piedra como era, y al des¬truir la piedra él está creando una hermosa estatua que antes no estaba ahí. La destrucción y la creación van juntas, no están divi¬didas.

La rebelión es un todo. La revolución es mitad y mitad, y ese es el peligro de la revolución. La palabra es bella, pero con el paso de los siglos se ha asociado a una mente dividida. Yo estoy en con¬tra de toda clase de divisiones porque te volverán esquizofrénico.

Y si mucha gente se rebela —no contra alguien, sólo contra el propio condicionamiento de cada cual— y saca adelante al nuevo hombre en ti, el problema no será difícil. La revolución debería pasar de moda. Rebelión es la palabra del futuro.

Dos
Reforma, Revolución y Rebelión: las tres erres de la evolución humana

La historia se centra en los esfuerzos de los seres humanos por cambiar la sociedad, pero no cambia. ¿Qué hemos hecho mal?

La evolución de la humanidad pasa por tres etapas: reforma, revo¬lución y rebelión.

La reforma es la más superficial: nada más toca la piel, sin atra¬vesarla. No cambia nada, excepto el atuendo de las personas; cam¬bia sus formalidades. Les da una etiqueta, modales (una forma de civilización), sin cambiar nada esencial en su ser. Las pinta y las pule, pero en el fondo son las mismas personas. Es una ilusión, una ficción. Concede respetabilidad y hace que todos sean hipócritas. Aporta buenas maneras, pero éstas van en contra del núcleo. El núcleo ni siquiera ha sido comprendido.

Para la sociedad, la reforma produce uniformidad. Funciona como un lubricante que mantiene el statu quo y ayuda a que las cosas permanezcan inalteradas, lo que sería paradójico porque el reformista afirma que él está cambiando la sociedad. En realidad, lo único que hace es pintar la vieja sociedad con colores nuevos.

La vieja sociedad persiste más fácilmente con los colores nuevos que con los viejos, que se estaban pudriendo; así que la reforma es una especie de renovación. La casa se está desmoronando; los pilares caen, los cimientos se sacuden, y tú continúas apuntalán¬dola para que resista un poco más sin desplomarse. La reforma está al servicio del statu quo: sirve al pasado, no al futuro.

Lo que sigue es la revolución, que profundiza un poco más. La reforma sólo cambia ideas; ni siquiera cambia las normas. La revolución alcanza las estructuras, aunque sólo por fuera.

Las personas tienen dos estructuras, viven en dos planos. Uno es el plano físico y el otro, el espiritual.

La revolución llega única¬mente a la estructura física, a lo económico, lo político, que perte¬necen a lo físico. Profundiza más que la reforma, destruye muchas cosas viejas, crea muchas nuevas… pero el ser, el ser humano interior, permanece sin cambios. Crea moralidad, crea carác¬ter. La reforma crea modales, protocolos, civilización; cambia el comportamiento formal de las personas. La revolución cambia la estructura externa; es un cambio verdadero que suscita una estructura nueva. Pero no altera el diseño interior, no toca la con¬ciencia interna. Produce una escisión. La primera —la reforma— crea hipocresía.

La segunda —la revolución— crea esquizofrenia y ciega el puente entre las dos estructuras de las personas.

Así, el hombre empieza a dividirse en dos seres. El puente se rompe y por eso los revolucionarios niegan la existencia del alma. Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao, todos, negaron el alma. Tenían que hacerlo; no podían aceptarla, porque si lo hacían, su revolución parecería muy superficial, no era una revolución total.

Recuerda que el reformista no niega el alma, sino que la acepta, porque no le causa problemas. Nunca toca ese punto y por eso no es problemático. Gandhi acepta el alma, Manu acepta el alma: son reformistas. Nunca le dicen «no» a nada, sino que son personas que siempre dicen «sí»; son personas corteses. A menos que sea absolutamente necesario, no negarán nada, acep¬tarán. Pero los revolucionarios niegan el alma. Tienen que negarla para que su revolución no parezca parcial.

Lo tercero es la rebelión. La rebelión viene del núcleo más esencial: cambia la conciencia, es radical; transmuta, es alquímica. Confiere un nuevo ser: no sólo un cuerpo nuevo, no nada más una nueva vestimenta, sino un nuevo ser. Nace un ser humano.

En la historia de la conciencia ha habido tres tipos de pensa¬dores: el reformista, el revolucionario y el rebelde. Manu, Moisés y Gandhi fueron reformistas, los más superficiales. Juan el Bautista, Marx y Freud fueron revolucionarios. Jesús, Buda, Krishnamurti: estos son los rebeldes.

Entender la rebelión es entender el corazón de la religión. Religión es rebelión. Religión es cambio completo. Religión es discontinuidad del pasado, el comienzo absoluto de lo nuevo, el completo abandono de lo viejo. Nada debe continuar, porque si algo continúa, mantendrá con vida lo viejo.

La reforma pinta la superficie. La revolución destruye la vieja estructura externa, pero conserva la interna. En China, y antes en la Unión Soviética, el interior de las personas es igual, sin la mínima diferencia: la misma mentalidad avara, ambiciosa y egoísta. Es la mentalidad que se encuentra en Estados Unidos y otros países capitalistas, sin ninguna diferencia. Pero cambió la estructura externa de la sociedad, la estructura externa de las leyes, el Estado, la economía, la política… eso fue lo que cam¬bió.

Si se extirpan las fuerzas policiacas y el poder gubernamen¬tal, las personas recaen en sus viejos esquemas. Una sociedad totalitaria sólo puede regirse por la fuerza, no puede volverse democrática porque tolerar que la gente sea independiente le permitiría traer nuevamente su propio ser interior a su vida. Ése sigue ahí; lo han detenido, lo han obstaculizado, no lo dejan vivir; tienen que vivir como dice el gobierno, pero no pueden vivir de acuerdo con su ser.

Entonces, el comunismo es básicamente dictatorial y seguirá siéndolo, por el miedo de que —como su conciencia no se ha borrado, como sigue ahí la avaricia, la ambición y todo lo que siempre ha estado— si le dan libertad al hombre, la antigua con¬ciencia volverá a funcionar. Las personas serán ricas, pobres, pode¬rosas e impotentes. Comenzarán a explotarse unas a otras y a pelear por sus ambiciones. Los que eran poderosos en la Unión Soviética seguirán haciendo lo mismo. Jruschov se jactaba de sus autos, porque tenía muchos. En la Unión Soviética nadie podía tenerlos, aunque todos querían uno. No es una revolución verda¬dera, sino sólo del ejercicio de la fuerza.

La verdadera revolución es espontánea; a esa revolución se le llama rebelión.

Avancemos algo más en las diferencias que hay entre estas tres palabras, para que entiendas la postura de Jesús.

La reforma no te pide mucho. Lo que dice es que embellezcas la puerta de entrada y dejes que se empolve toda la casa. Vives en la suciedad, pero no dejas que los vecinos la vean. Sólo la fachada será hermosa, porque a tus vecinos no les interesa tu ser interior, el interior de tu casa. Pasan por fuera y nada más ven la puerta principal. Haz lo que quieras, pero hazlo de puertas para adentro. Entonces, la puerta se convierte en una fachada, una ventana, una vitrina para que los vecinos la vean. En la realidad, tú vives hacia dentro de la puerta; no vives en la puerta del frente. Esa puerta no es más que un artificio: nunca entras ni sales por ella; sólo existe para que la vean los demás.

Mira tus puertas. Todos tienen puertas: las llaman rostros, máscaras, personalidades, porque son personas: lápiz labial, talcos y cosméticos. Te dan una persona pero no eres eso, sólo es maquillaje.

La revolución profundiza algo más, pero apenas un poco. Cambia la sala, para que puedas invitar a la gente a entrar. En India pasa mucho. Ahí la sala es hermosa, pero no vayas más adentro. La cocina es muy sucia y fea; el baño resulta casi imposible. Pero en la India a nadie le interesa el baño ni la cocina. Nada más se preocupan por la sala, que es donde reciben a los invitados.

Esto es falso; no llega a tocar tu verdadero ser, pero man¬tiene tu prestigio intacto. Así es la moralidad: una sala hermosa. Si puedes darte el lujo, cuelgas un Picasso en la pared. Depende de cuánto puedas pagar. Hace unos días oí un chiste:

Charlie llevó a su amigo extranjero, George, a dar un paseo por la ciudad. Mientras admiraban el paisaje, George comentó:
—¡Vaya, mira esa muchacha guapa! Nos está sonriendo. ¿La conoces?
—Sí, es Betty. Veinte dólares.
—¿Y quién es la morena que viene con ella?
—Es Dolores. Cuarenta dólares.
—¡Ah, mira quién viene! Es lo que yo llamo de primera clase.
—Gloria. Ochenta dólares.
—¡Dios mío! —exclamó George—. ¿Qué, en este pueblo no hay muchachas lindas y respetables?
—¡Por supuesto! Sólo que no te alcanzaría para pagarles.

Es el límite de la moralidad; más allá de eso, tropieza y desapa¬rece. Todos tienen su precio. El individuo ético tiene un precio. Mírate; si caminando por la calle te encuentras mil dólares, quizá no te los lleves, pero si te encuentras diez mil, dudas: ¿los tomas o no los tomas? Pero si te encuentras cien mil dólares, ni te lo pre¬guntas: ¡los tomas! Así se demuestra la profundidad de tu moral: mil, diez mil, cien mil. Todos tienen su precio. Hasta ese punto se puede resistir; luego, es demasiado y la moral no lo vale. Entonces escogerías ser inmoral.

El individuo ético no es completamente moral. Apenas algu¬nas de sus capas son morales. Detrás lo espera la inmoralidad. Por eso es tan fácil llevar a la inmoralidad a cualquier individuo ético. El único problema es encontrar su precio.

Me enteré de que Mulla Nasruddin viajaba con una mujer en un compartimiento de primera clase. Estaban solos. Él se pre¬sentó y le dijo:

—¿Se acostaría conmigo esta noche?
La mujer enfureció:
—¿Qué se cree? ¿Está loco? ¿Por quién me toma? ¡No soy una prostituta!
—Te daré diez mil rupias.
La mujer sonrió, se acercó y tomó la mano de Mulla.
—¿Qué tal si te doy diez rupias?
—¿Pero quién cree que soy? —contestó la mujer.
—Ya sé quién eres. Ahora sólo discutimos sobre el precio —dijo Mulla.

Siempre es cosa del precio. Diez rupias y la mujer se enoja. Diez mil rupias y está dispuesta. Y no te burles de ella. ¡Es la situación de todos! La moralidad no nos transforma. Llega más lejos que la reforma, es más costosa, pero ahí, en el fondo de tu ser, eres el mismo.

La reforma es una revolución parcial. La revolución sólo por fuera. La rebelión es una revolución interior.

Y uno sólo es confiable si se produjo esa revolución interior; de otro modo no es de fiar. La reforma te hará un hipócrita; la revolución, un esquizofrénico. Únicamente la rebelión puede concederte la plenitud del ser, espontaneidad, salud.

La reforma te hace respetable. Si lo que quieres es respeto, basta la reforma. Te dará una personalidad plástica: por fuera tendrás un aspecto hermoso; por dentro te estarás pudriendo y apestarás, pero nadie percibirá tu ser maloliente: el plástico te protegerá. Por dentro estarás cada vez más sucio, pero en el exte¬rior conservarás tu buena cara.

La revolución produce una escisión en ti. Serás un santo, pero el pecador quedará reprimido. El pecador no será absorbido por el santo, sino que quedará separado.

La revolución te hará dos personas, creará dos mundos den¬tro de ti. La voluntad natural será reprimida y la moral quedará encima de todo. El perro guardián, la moral, tratará de contro¬lar al perro menospreciado, el aspecto natural. Desde luego, lo natural es muy poderoso porque es natural, así que cobrará ven¬ganza. Se meterá a hurtadillas por los puntos flacos de tu vida. Trastornará tu moralidad, te producirá culpa y estarás en un conflicto constante, porque ninguno puede resultar vencedor.

Tu apoyo, tu respaldo intelectual, sirve a la moral, pero todo tu ser sostiene lo natural. Lo moral está en la conciencia y lo natu¬ral en el inconsciente. La conciencia es muy pequeña; el incons¬ciente es nueve veces más fuerte, nueve veces más grande. Pero tú sólo conoces la conciencia, así que ahí es donde reina la mora¬lidad. En el inconsciente, que es nueve veces más fuerte, toda clase de inmoralidades echan hondas raíces en ti. Serás un santo y también un pecador. El pecador, reprimido, esperará a que lle¬gue su momento, el instante oportuno para estallar, para cobrar venganza.

Por eso las personas se ven tan tristes, tan disipadas, porque toda su energía se agota en el conflicto. Hay ahí una tensión conti¬nua. El santo está muy tenso, siempre angustiado y siempre teme¬roso, asustado de su propio ser, de ése al cual ha negado. ¡Pero el negado está aquí! Tarde o temprano arrojará al moralista, al egoísta, al fatuo. Suplantará al pretencioso.

Por eso, el santo está siempre al borde de cierta demencia. Y lo sabes… Si tratas de ser un santo, sabrás que siempre estarás en el borde. Una pequeñez puede alterar todo tu equilibrio y hacerte perder toda tu cordura. Si estás dividido, la neurosis surge y crece.

La rebelión es revolución interna. La reforma comienza por el exterior, nunca por el interior; la rebelión empieza desde adentro. Comienza desde tu núcleo más profundo, desde el fondo de tu ser.

La reforma dicta lo que hay que hacer. La revolución dice cómo debes ser: más santo, con mejor temperamento, con buenas cualidades. La revolución forma una corteza dura que te rodea, una armadura que te protege del exterior y también del interior. Una pesada armadura de acero: eso es lo que llama¬mos carácter.

Una persona genuina no tiene carácter. Jesús no tenía carác¬ter. Eso fue un problema, porque de haberlo tenido los judíos no se le hubieran opuesto tanto. Él era líquido; no tenía carácter ni armadura. Estaba abierto, vulnerable, indefenso, porque no era un moralista. Tampoco era un santo: era un sabio.
La reforma te hace un caballero. La revolución te convierte en santo. La rebelión hace de ti un sabio. Jesús era un sabio. Lo que sea que haya hecho, no se basó en una moral, sino en cierta comprensión; no en reglas recibidas del pasado, sino en una con¬ciencia espontánea. La rebelión depende de la conciencia; la revo¬lución, del carácter; la reforma, de las formalidades.

Comienza por estar más consciente, para que empieces desde el fondo de ti. Deja que la luz se propague desde ese punto, para que ilumine todo tu ser. No se puede llegar desde afuera.

El único camino viene de adentro: como la semilla, que crece desde el interior, que brota de adentro y se convierte en un árbol. Que ésa sea también tu obra interior: crece como la semilla.

La reforma es un mosaico, una especie de tapadera: un poco aquí, otro poco allá, pero la estructura básica ni siquiera se toca. La reforma puede ir a favor o en contra de la revolución, depende de ti. Hay dos tipos de reformistas: los que preparan el terreno para la revolución o los que tratan de impedir la revolución. La reforma produce la sensación de que las cosas mejoran. ¿Para qué hacer una revolución? ¿Para qué meterse en tanto embrollo? La reforma trae esperanzas y la gente se detiene, así que depende de ti.

Una persona admirable también puede valerse de la reforma, pero quien no sea consciente no podrá usar la reforma como pro¬ceso revolucionario; por el contrario, la reforma será un estorbo para la revolución. Lo mismo pasa con la revolución en sí: puede ser una puerta para la rebelión, pero sólo por medio de la con¬ciencia, o si no será un obstáculo. Se piensa: «Ahora que ocurrió la revolución, ¿para qué hay que ir más a fondo? Ya es demasiado». Así que la reforma puede ser un estorbo o una ayuda, lo mismo que la revolución. Todo depende de tu conciencia, de tu com¬prensión, de cuánto entiendas de la vida.

Entonces permite que esta sea una de las reglas fundamenta¬les de la vida y el trabajo: que en última instancia, todo depende de entender, de cómo entiendas. Aun algo que estaba destinado a ser de gran ayuda se convierte en impedimento si falta la com¬prensión. Por el contrario, incluso aquello que sería un veneno, con el conocimiento puede transformarse en medicinal. Las medi¬cinas están hechas de venenos: no matan, sino que conservan la salud. En las manos correctas, hasta el veneno es medicina; en las manos incorrectas, hasta una medicina puede resultar un veneno.

La revolución es el cambio de la estructura: orgánica, social, externa, económica, política; pero el ser humano no se altera en lo más mínimo. Puede ir en contra o a favor de la rebelión. De cada cien casos, noventa y nueve van en contra de la rebelión. Por eso el comunismo está en contra de las religiones; no es por accidente.

Para el comunismo, la religión es el verdadero enemigo. ¿Por qué? Porque la religión llega mucho más profundamente que el comunismo. Ahí están los celos; ese es el problema. Si no hay reli¬gión, el comunismo parece la revolución definitiva: no hay nada más arriba. Pero si hay religión, el comunismo se ve mediano, tibio; no hay mucho de qué jactarse. El comunismo quiere extir¬par la religión por completo, arrancar la religión de la tierra. Lo hicieron en la Unión Soviética y en China. Lo hacen incluso en el Tíbet, que fue uno de los países más religiosos y que tenía una de las religiones más antiguas, vital, la más pura. El manantial aún no se había ensuciado ni estaba contaminado. Ahora también lo están destruyendo.

El comunismo siente mucho miedo de la religión porque ve que ésta llega incluso más profundo y cambia a las personas desde el fondo. Sólo cuando nazcan los nuevos seres humanos surgirá una nueva sociedad. Hemos probado todo: formamos damas y caballeros y no sirvieron de gran cosa. Cambiamos las socieda¬des, ensayamos utopías: todas fallaron. La reforma falló y la revo¬lución falló.

Nunca se ha probado la rebelión a lo grande, pero cuando se ha intentado a pequeña escala, siempre ha prosperado. Prosperó con Buda: miles de personas pasaron por una rebelión y se reno¬varon. Prosperó con Jesús, prosperó con Lao-Tsé, prosperó con Krishna. El éxito siempre ha acompañado a la rebelión, pero úni¬camente para algunas personas. Nunca ha ocurrido a gran escala. Nunca ha abrazado el alma de la humanidad. Ahí es donde hace falta trabajar ahora.

La mayoría de la humanidad tiene que recibir la visión de la conciencia, la rebelión; sólo entonces el hombre podrá ser verda¬deramente humano. Los individuos son seres humanos sólo de nombre; todavía no se hacen humanos, porque faltan las cualida¬des que hacen a los seres humanos; no están. No hay compasión, no hay amor, no hay meditación. La voluntad de orar, la gratitud, no está. No está la celebración.

La reforma trae ideas nuevas. La revolución aporta una nueva estructura para sustentar esas nuevas ideas.

La rebelión produce una nueva conciencia, una persona nueva, un nuevo ser para sos¬tener esas estructuras.

Empieza por los cimientos. Deja que la rebelión sea el cimiento y entonces forma la estructura de la revo¬lución. Encima pongamos un domo de reforma, y no al contrario. De otra manera, todo el proceso estará enrevesado.

Entender la situación es básico: ¿qué han hecho los seres humanos hasta ahora? ¿Qué ha salido mal? ¿Por qué hay tanto sufrimiento? ¿Por qué empezamos siempre por el extremo equi¬vocado y nunca llegamos al fondo del problema?

( * ) Tomado del libro Rebelión, revolución y religiosidad de Osho, publicado por B.

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