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El Papa: Tomé mi nombre por León XIII quien afrontó la defensa de la dignidad, la justicia y el trabajo

–El recién elegido Papa León XIV pronunció este sábado sus primeras ante el Colegio Cardenalicio reunido a puerta cerrada en el Aula del Sínodo. El discurso, cargado de simbolismo y realizado en un ambiente de solemnidad pascual, trazó unas primeras líneas de lo que podrá ser su pontificado.

En el discurso explicó la escogencia de su nombre papal. León XIV reveló que, aunque existen «varias razones» para esta elección, «la principal es porque el Papa León XIII, con la histórica Encíclica Rerum novarum, afrontó la cuestión social en el contexto de la primera gran revolución industrial».

La decisión de su nombre es un puente entre el pasado y el presente. «Verdad, justicia, paz y fraternidad, principios del Evangelio que siempre han animado e inspirado la vida y la obra de la familia de Dios», indicó el Papa.

Según el nuevo pontífice esta referencia histórica cobra especial relevancia en el contexto actual: «Hoy la Iglesia ofrece a todos su patrimonio de doctrina social para responder a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial, que comportan nuevos desafíos en la defensa de la dignidad humana, de la justicia y el trabajo».

Esta declaración sugiere que uno de los ejes de su pontificado será la aplicación de la doctrina social de la Iglesia a los desafíos planteados por las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial, siguiendo la tradición de León XIII de abordar las cuestiones sociales más urgentes de su tiempo. La referencia a que la Iglesia «ofrece su patrimonio» es significativa, pues resalta implícitamente la posesión de una verdad y un tesoro que ya se posee frente a interpretaciones relativistas recientes.

Pero antes de iniciar formalmente su alocución, León XIV invitó a los cardenales a unirse en oración, recitando juntos el Padrenuestro y el Avemaría en latín, pidiendo que «el Señor siga acompañando al Colegio y a toda la Iglesia con este espíritu y entusiasmo, que es sin embargo de profunda fe».

Esta apertura marcó el tono de un discurso que se desarrollaría en dos partes: una primera de reflexiones compartidas y una segunda dedicada al diálogo con los cardenales, atendiendo a una petición que, según indicó el Pontífice, había sido formulada por muchos miembros del Colegio Cardenalicio durante los días previos al cónclave.

El Santo Padre comenzó expresando su profundo agradecimiento al Colegio Cardenalicio por su acompañamiento durante los días «dolorosos por la pérdida del Santo Padre Francisco, arduos por las responsabilidades afrontadas juntos» pero también «ricos de gracia y de consolación en el Espíritu», según las palabras del Evangelio de San Juan.

«Vuestra presencia me recuerda que el Señor, que me ha confiado esta misión, no me deja solo con la carga de esta responsabilidad. Ante todo, sé que cuento siempre con el auxilio divino y, por su Gracia y Providencia, con la cercanía de ustedes y de tantos hermanos y hermanas que en el mundo entero creen en Dios, aman a la Iglesia y sostienen con la oración y las buenas obras al Vicario de Cristo», expresó.

León XIV dedicó palabras especiales de agradecimiento al Cardenal Giovanni Battista Re, Decano del Colegio Cardenalicio, elogiando «su sabiduría, fruto de una larga vida y de muchos años de fiel servicio a la Sede Apostólica». También agradeció al Cardenal Kevin Joseph Farrell, Camarlengo de la Santa Iglesia Romana, por «el valioso y difícil papel que ha desempeñado durante el tiempo de la Sede Vacante y la convocación del cónclave».

El Pontífice no olvidó a los cardenales ausentes por motivos de salud, a quienes dirigió un pensamiento especial, uniéndose a ellos «en comunión de afecto y oración».

En un momento «a la vez triste y alegre, envuelto providencialmente en la luz de la Pascua», el Papa invitó a contemplar tanto el fallecimiento del Papa Francisco como el cónclave «como un acontecimiento pascual, una etapa del largo éxodo a través del cual el Señor sigue guiándonos hacia la plenitud de la vida».

Esta interpretación teológica de los recientes acontecimientos subraya la continuidad en la misión de la Iglesia más allá de las personas concretas que ocupan el ministerio petrino. «El Papa, desde san Pedro hasta mí, su indigno sucesor, es un humilde siervo de Dios y de los hermanos, y nada más que esto», afirmó, destacando cómo sus predecesores, incluido el Papa Francisco, han demostrado esta verdad «con su estilo de total dedicación al servicio y de sobria esencialidad de vida».

El Papa recordó también el «estilo de Francisco: de plena entrega en el servicio y de sobria esencialidad en la vida, de abandono en Dios en el tiempo de la misión y de serena confianza en el momento del regreso a la Casa del Padre».

«Recojamos esta valiosa herencia y retomemos el camino, animados por la misma esperanza que nos viene de la fe, indicó.

“Dios –añade el Obispo de Roma– ama comunicarse, más que en el estruendo del trueno y del terremoto, en el susurro de una ligera brisa o, como algunos traducen, en una sutil voz de silencio”. Corresponde al Papa y a los cardenales convertirse en «dóciles oyentes de su voz y fieles ministros de sus planes de salvación», para «educar y acompañar a todo el santo Pueblo de Dios a nosotros confiado».

León XIV subrayó que es «el Resucitado, presente en medio de nosotros, quien protege y guía a la Iglesia», invitando a los cardenales y a toda la Iglesia a ser «dóciles oyentes de su voz y ministros fieles de sus designios de salvación». Desde que fue elegido llama la atención las continuas referencias cristocéntricas.

Con una bella imagen bíblica, recordó que Dios se comunica más frecuentemente no «en el fragor del trueno o del terremoto», sino en «el rumor de una brisa suave» o, como traducen algunos, en una «sutil voz de silencio». Este encuentro con Dios en el silencio es, según el Papa, «el encuentro importante, que no hay que perder, y hacia el cual hay que educar y acompañar a todo el santo Pueblo de Dios».

Refiriéndose a los días de duelo por el fallecimiento del Papa Francisco, León XIV destacó «la belleza y la fuerza de esta inmensa comunidad que, con tanto afecto y devoción, ha despedido y llorado a su Pastor». En estas manifestaciones de fe y devoción, el Pontífice ve «la verdadera grandeza de la Iglesia, que vive en la variedad de sus miembros, unidos a su única Cabeza, Cristo».

Utilizando imágenes bíblicas, describió a la Iglesia como «el vientre en el que también nosotros fuimos generados» y, al mismo tiempo, como «la grey, el campo que se nos ha entregado para que lo cuidemos y lo cultivemos», para que camine «como una vez los israelitas en el desierto, a la sombra de la nube y a la luz del fuego de Dios».

Un punto central del discurso fue la reafirmación del compromiso con el camino trazado por el Concilio Vaticano II. El Papa invitó a renovar «nuestra plena adhesión a ese camino, a la vía que desde hace ya decenios la Iglesia universal está recorriendo tras las huellas del Concilio».

León XIV destacó cómo el Papa Francisco «ha recordado y actualizado magistralmente su contenido» en la Exhortación apostólica «Evangelii gaudium», de la que subrayó algunos aspectos fundamentales:

-El regreso al primado de Cristo en el anuncio
-La conversión misionera de toda la comunidad cristiana
-El crecimiento en la colegialidad y en sinodalidad
-La atención al sensus fidei, especialmente en formas inclusivas como la piedad popular
-El cuidado amoroso de los débiles y descartados
-El diálogo valiente y confiado con el mundo contemporáneo

Estos principios, afirmó, son «los principios del Evangelio que animan e inspiran, desde siempre, la vida y la obra de la Familia de Dios», valores a través de los cuales «el rostro misericordioso del Padre se ha revelado y continúa revelándose en el Hijo hecho hombre».

Para concluir su discurso, León XIV hizo suyo el deseo expresado por San Pablo VI al inicio de su pontificado en 1963:

«Que sobre el mundo entero pase una gran llama de fe y de amor que ilumine a todos los hombres de buena voluntad, allanando los caminos de la colaboración recíproca y que atraiga sobre la humanidad, la abundancia de la benevolencia divina, la fuerza misma de Dios, sin cuya ayuda nada vale ni nada es santo».

Con estas palabras, el Papa invitó a los cardenales a hacer suyos estos sentimientos y, «con la ayuda del Señor», traducirlos «en oración y compromiso». (Con información de Vatican News e InfoCatólica).