Ponen en evidencia en Colombia la creciente “violencia filioparental”: Hijos que agreden a sus padres
–Decenas de madres agredidas por sus propios hijos enfrentan una doble violencia: la que ocurre dentro del hogar —física, emocional o simbólica— y la que impone la cultura al obligarlas a callar. Entre oraciones, culpas y mandatos sobre la maternidad, muchas prefieren guardar silencio hasta que el miedo, incluso a morir, se vuelve más fuerte que el amor.
Una investigación revela el peso de un mandato que idealiza el amor materno como incondicional, incluso frente al maltrato.
El maltrato físico, psicológico o verbal que ejercen hijos e hijas contra sus madres o padres, reconocido en el ámbito académico y social como “violencia filioparental”, es un fenómeno que crece en silencio. Aunque este hecho aún no tiene una categoría jurídica ni aparece en las estadísticas oficiales con un nombre propio, el Informe Forensis 2023 del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses reportó en Colombia 1.306 casos de violencia contra adultos mayores, ejercida presuntamente por sus propios hijos.
De estos, 756 víctimas fueron mujeres, con la intolerancia, el machismo y el consumo de sustancias psicoactivas como los principales detonantes de una violencia que se perpetúa dentro del hogar.
La investigadora Jenny Lorena Moreno Bernal, magíster en Trabajo Social de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), presenta cómo el mandato cultural del amor materno se convierte en una barrera para denunciar la violencia ejercida por los hijos. A partir de 3 casos en Bogotá, el estudio revela cómo la fe, la culpa y el juicio familiar imponen silencio incluso ante el maltrato físico y emocional.
Una de las víctimas señala en su relato que su hijo, bajo efectos de sustancias psicoactivas, rompió los vidrios de la casa y la amenazó de muerte. No fue la primera agresión, pero sí la más grave, y la que la llevó finalmente a acudir a la Comisaría de Familia.
“Tras la primera situación de violencia ellas no acuden de inmediato al sistema de justicia. Es frecuente que intenten comprender la situación, atribuyéndola al estrés, a que su hijo o hija es joven, o a la esperanza de un cambio. Solo deciden hablar cuando la violencia se intensifica y temen por su vida”, precisó la investigadora.
Como parte del proceso investigativo, la magíster les propuso a las madres escribir cartas dirigidas a sus hijos agresores. Aunque no se entregarían, sí servirían como un ejercicio íntimo de reflexión. Según la investigadora, “en esos textos surgieron emociones reprimidas por años: tristeza, decepción y un amor persistente atravesado por la fe”. Una de ellas escribió: “Que Dios te cuide, porque yo ya no puedo hacerlo”.
Frente a estos escritos, la experta Moreno identificó patrones en los que la religión opera como consuelo, pero también como justificación. El perdón divino sustituía la denuncia, y el sacrificio materno, reforzado por creencias, postergaba cualquier intento de ruptura o protección.
Culpa materna y redes que no sostienen
La investigación también reveló hogares en donde la autoridad materna está desdibujada, y la mujer violentada. Así, la víctima se enfrenta al juicio de una familia que no siempre acoge, sino que silencia.
Estas madres tuvieron que enfrentar comentarios como ¿cómo va a denunciar a su propio hijo?”, “le daña la hoja de vida”. Para la investigadora, esas frases construyen en ellas una percepción de traición al lazo sanguíneo. Se refuerza así el mandato de aguantar en silencio y se ubica a la madre como única responsable de la violencia sufrida.
Ante la pregunta ¿qué cambiaría si pudiera volver al pasado?, algunas respondieron: “debí poner más límites”, “debí ser más amorosa”, “no debí trabajar tanto”, “le di demasiada libertad”. Estos aportes permitieron reconocer una constante: el modelo de crianza fue interpretado como causa.
La violencia que vivieron no solo las hirió, sino que además las hizo sentirse culpables. La maternidad, atravesada por exigencias imposibles, se convertía así en un espejo que devolvía reproches en vez de consuelo.
Un vacío legal que perpetúa el silencio
En Colombia la violencia filioparental no cuenta con registros oficiales ni aparece diferenciada en las estadísticas del Estado. Esta omisión impide dimensionar la gravedad del fenómeno y limita las posibilidades de intervención. Bajo esta barrera estructural no hay políticas públicas específicas ni rutas de atención que respondan a la complejidad de estas relaciones, que muchas veces se desarrollan bajo dinámicas de silencio, culpa y miedo.
Ante este vacío, la investigadora sugiere que el Estado incorpore esta forma de violencia en sus marcos legales y operativos, y que el abordaje no se limite a la sanción.
“No es suficiente intervenir solo cuando la violencia ya ha ocurrido. Es fundamental trabajar de manera preventiva con las familias”. Su propuesta incluye programas de prevención, fortalecimiento emocional y acompañamiento psicosocial desde una perspectiva familiar y comunitaria.
Al finalizar el proceso, la investigadora le entregó a cada participante un “botiquín emocional” con elementos simbólicos como una vela, una semilla, una esponja y una carta de cierre. Cada objeto fue pensado para acompañarlas en la resignificación de su experiencia: iluminar sus decisiones, sembrar esperanza, soltar culpas y cerrar ciclos. Más que un recuerdo, fue un acto íntimo de cuidado y reconocimiento, un gesto simbólico para empezar a sanar donde antes solo había silencio. (Información y foto Agencia de Noticias UNAL).

