Artunduaga: de sal y de dulce

APRECIADO MOSQUETERO

Tengo por usted especial aprecio y admiración. No me pierdo sus columnas en El Tiempo. Tampoco su trabajo periodístico en la revista Credencial. Me gusta su franqueza, la forma como analiza la política colombiana.

Como lo leo desde hace más de treinta años, pensé que usted era más viejo, pero averigüé que anda por los cincuenta. ¡Apenas un muchacho!

Si bien es cierto que usted tuvo el privilegio de nacer donde nació, entroncado con la familia de El Tiempo, se ha comportado como cualquier reportero de provincia, que ha tenido que demostrar todos los días méritos propios para mantenerse en la profesión.

Una cosa es tener columna en un periódico y otra que la gente lo respete, lo aprecie, lo odie, lo siga, se le retire, en fin…que lo lea. Y usted lo ha conseguido a punta de buen olfato periodístico, excelente pluma y un estilo propio que ha sabido cultivar.

Aunque no lo frecuento ni me puedo considerar su amigo, tengo de por vida un compromiso con usted, desde cuando lideró aquella carta de protesta contra el Presidente Pastrana, que quiso no solo sacarme del país sino poner contra mí a la DIAN, por el sólo hecho de ser su crítico.

Usted y los ex presidentes López Michelsen y Lemos Simmonds –entre muchos- tuvieron la generosidad de defenderme de las poderosas garras del mediocre mandatario de entonces, sabiendo o no (nunca pregunté) si conocían que yo no le debía un solo peso al gobierno. Y no por rico, sino porque había vendido casi todo lo que tenía para pagar impuestos y afrontar la crisis económica en que nos sumió Pastrana a todos los colombianos.

Pero hoy el asunto es otro. Quiero expresarle mi sincera felicitación por el premio a la vida y obra de un periodista, que este lunes le entrega el Círculo de Periodistas de Bogotá.

Merecido. Justo. Necesario. Obligado para un periodista de sus quilates. Para un mosquetero como usted.

Un abrazo mi querido Roberto.

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