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Papa Francisco en Kenia: «El nombre de Dios no debe ser usado jamás para justificar el odio y la violencia»

PAPA NAIROBI 1–“El Dios a quien buscamos servir es un Dios de la paz. Su santo Nombre no debe ser usado jamás para justificar el odio y la violencia”, aseguró el Papa Francisco en un encuentro ecuménico e interreligioso en la Nunciatura Apostólica de Nairobi, la capital de Kenia, donde abrazó a diversas confesiones cristianas como la anglicana y la evangélica, así como a otras religiones como la musulmana.

Los pronunciamientos los hizo el Pontifice al recordar «los bárbaros ataques» al centro comercial Westgate Mall, en el 2013, que dejó 69 muertos y 175 heridos, a la Universidad de Garissa, en el cual fueron asesinados 147 estudiantes cristianos después de que se les preguntara por su religión y a los repetidos ataques terroristas en Mandera, que sumaron más de 130 muertos.

Al efecto, Francisco señaló que «con demasiada frecuencia, se radicaliza a los jóvenes en nombre de la religión para sembrar la discordia y el miedo, y para desgarrar el tejido de nuestras sociedades».

Y añadió: Es muy importante que se nos reconozca como profetas de paz, constructores de paz que invitan a otros a vivir en paz, armonía y respeto mutuo.

En este contexto dijo que el diálogo ecuménico e interreligioso “no es un lujo”, sino que es fundamental, “algo que nuestro mundo, herido por conflictos y divisiones, necesita cada vez más”.

El Obispo de Roma aseguró que con el Concilio Vaticano II comprometió a la Iglesia con el diálogo ecuménico e interreligioso al servicio de la comprensión y la amistad, y así a estar pacíficamente unidos “en y a través de sus diferencias”.

En realidad, nuestra relación nos impone desafíos e interrogantes. Sin embargo, el diálogo ecuménico e interreligioso no es un lujo. No es algo añadido u opcional sino fundamental; algo que nuestro mundo, herido por conflictos y divisiones, necesita cada vez más, expresó Francisco y agregó:

En efecto, nuestras creencias y prácticas religiosas influyen en nuestro modo de entender nuestro propio ser y el mundo que nos rodea. Son para nosotros una fuente de iluminación, sabiduría y solidaridad, que enriquece a las sociedades en las que vivimos. Cuidando el crecimiento espiritual de nuestras comunidades, mediante la formación de la inteligencia y el corazón en las verdades y en los valores que nuestras tradiciones religiosas custodian, nos convertimos en una bendición para las comunidades en las que viven nuestros pueblos. En las sociedades democráticas y pluralistas como la keniata, la cooperación entre los líderes religiosos y sus comunidades se convierte en un importante servicio al bien común.

Planteó que «desde esta perspectiva, y en un mundo cada vez más interdependiente, vemos siempre con mayor claridad la necesidad de una mutua comprensión interreligiosa, de amistad y colaboración para la defensa de la dignidad otorgada por Dios a cada persona y a cada pueblo, y el derecho que tienen de vivir en libertad y felicidad».

Advirtió que al promover el respeto de esa dignidad y de esos derechos, las religiones juegan un papel esencial en la formación de las conciencias, infundiendo en los jóvenes los profundos valores espirituales de nuestras respectivas tradiciones, preparando buenos ciudadanos, capaces de impregnar la sociedad civil de honradez, integridad y una visión del mundo que valore a la persona humana por encima del poder y del beneficio material.

Y subrayó: Pienso aquí en la importancia de nuestra común convicción, según la cual el Dios a quien buscamos servir es un Dios de la paz. Su santo Nombre no debe ser usado jamás para justificar el odio y la violencia. Sé que está aún vivo en sus mentes el recuerdo de los bárbaros ataques al Westgate Mall, al Garissa University College y a Mandera. Con demasiada frecuencia, se radicaliza a los jóvenes en nombre de la religión para sembrar la discordia y el miedo, y para desgarrar el tejido de nuestras sociedades. Es muy importante que se nos reconozca como profetas de paz, constructores de paz que invitan a otros a vivir en paz, armonía y respeto mutuo.

Que el Todopoderoso toque el corazón de los que cometen esta violencia y conceda su paz a nuestras familias y a nuestras comunidades, puntualizó.

De otro lado, el Papa Francisco recordó que este año se celebra el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, en el que la Iglesia católica se ha comprometido con el diálogo ecuménico e interreligioso al servicio de la comprensión y la amistad.

«Deseo reafirmar este compromiso, que brota de nuestra convicción en la universalidad del amor de Dios y en la salvación que Él ofrece a todos», dijo y complementó:

El mundo espera justamente que los creyentes trabajen junto con las personas de buena voluntad, para afrontar los numerosos problemas que afectan a la familia humana. Mirando hacia el futuro, imploremos que todos los hombres y las mujeres se consideren hermanos y hermanas, pacíficamente unidos en y a través de sus diferencias. Recemos por la paz. Les agradezco su atención y suplico a Dios Todopoderoso que les conceda a ustedes y a sus comunidades la abundancia de sus bendiciones, concluyó.

Por otro lado en la homilía que pronunció en la misa que celebró en Nairobi, el Papa Francisco hizo un llamado especial a los jóvenes de la nación:

“Que los grandes valores de la tradición africana, la sabiduría y la verdad de la Palabra de Dios, y el generoso idealismo de su juventud, los guíen en su esfuerzo por construir una sociedad que sea cada vez más justa, inclusiva y respetuosa de la dignidad humana. Preocúpense de las necesidades de los pobres, rechacen todo prejuicio y discriminación, porque estas cosas no son de Dios”. Y afirmó: “Este es el encargo que el Señor nos da a cada uno de nosotros. Nos pide que seamos discípulos misioneros, hombres y mujeres que irradien la verdad, la belleza y el poder del Evangelio, que transforma la vida. Hombres y mujeres que sean canales de la gracia de Dios, que permitan que la misericordia, la bondad y la verdad divinas sean los elementos para construir una casa sólida. Una casa que sea hogar, en la que los hermanos y hermanas puedan, por fin, vivir en armonía y respeto mutuo, en obediencia a la voluntad del verdadero Dios, que nos ha mostrado en Jesús el camino hacia la libertad y la paz que todo corazón ansía”.