Nacional

¿Maquillar o reformar?

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La acostumbrada sección de Alberto Abello, publica en el Nuevo Siglo y comentada en Radio Santa fe.
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SE acostumbra en las democracias occidentales maduras que las grandes reformas constitucionales que comprometen al estatus de los congresistas en ejercicio de su representación popular no aplican de inmediato, para su explícito beneficio.

Se supone que no deben legislar para sí mismos en cuanto ello atenta contra la majestad e imparcialidad de su cargo, como contra la igualdad que se presume de todos los ciudadanos ante la ley.

Es por eso que para efectuar reformas constitucionales que afectan de manera crucial la democracia se suele reclamar el apoyo directo del constituyente primario, puesto que el asunto encierra la legitimidad o ilegitimidad de los cambios que proponen.

Lo contrario sería ir por un despeñadero, con un Congreso que tiende a desesperar y pretende hacer una reforma antidemocrática para cerrar el paso a los movimientos y candidatos independientes, en el peor de los momentos posibles.

El Congreso tiene gravísimos problemas de prestigio, legitimidad y eficacia, debiera ser más cauteloso e imparcial. En tal sentido la cumbre de los partidos con el presidente Uribe, busca racionalizar el cambio y propone que: “La Reforma no debe ser restrictiva de los partidos minoritarios ni de los movimientos políticos o candidaturas apoyadas en firmas de ciudadanos”.

Y sobre el umbral de los partidos o número mínimo de votos para ser reconocidos establece: “No exigir el 5 por ciento del total de la votación sino el 3 por ciento.

Aquellos que ganaron la personería con umbral del 2 por ciento la conservarán con la condición de obtener curules en el 2010”. Insiste el Presidente, en lo que ya expresó en otras oportunidades: “Como regla general, el voto de los congresistas deberá ser nominal y público”.

Se propone la fórmula de la “silla vacía” por el partido, por terrorismo o narcotráfico. Fórmula que podría dejar sin representación popular a grandes zonas del país, lo que debilitaría y pondría a cojear más la democracia maltrecha. Son trascendentales las propuestas, falta atacar las raíces de la enfermedad que mina las entrañas del Congreso, dada la experiencia negativa de las senadurías nacionales.

Por cuenta de las mal llamadas senadurías nacionales establecidas por la Carta de 1991 estamos mal y se han cometido toda suerte de errores y delitos. Para ser senador nacional se requiere hacer una campaña de costos millonarios, recorrer el país, asumir deudas y compromisos enormes, que normalmente un candidato no puede cubrir de su bolsillo.

Se evade el tema crucial de la financiación de las campañas políticas. Por lo que los violentos, las mafias, los grupos de presión la burocracia oficial, como los dineros del Tesoro Público han terminado por rebajar la institución al llevar, con pocas excepciones, sus títeres al Congreso, con efectos judiciales vergonzosos.

La reforma del Congreso debe ser más reflexiva y radical. El cáncer no se combate con maquillaje. Se podría, eventualmente, ir a una Constituyente o acortar el periodo del Legislativo. Sin el concurso del país nacional, las componendas transitorias con miras electoreras agudizan los problemas.